Una tragedia estremeció este viernes al municipio de Colón, en Matanzas, cuando una mujer de 42 años perdió la vida tras recibir una descarga eléctrica provocada por un rayo mientras trabajaba la tierra en la comunidad de La Luisa. El suceso, confirmado por el propio aparato estatal a través del Centro de Gestión para la Reducción de Riesgos de Desastres (CGRRD), fue comunicado sin siquiera mencionar el nombre de la víctima, como si la vida de una cubana más se resumiera en una nota fría en Facebook.
El informe detalla que el Hospital General Docente Mario Muñoz Monroy notificó a la Defensa Civil sobre el fallecimiento en horas de la tarde, pero como de costumbre, no se ofrecieron datos más allá de lo estrictamente oficial. Nada de contexto humano, nada de testimonios de familiares… solo el reporte técnico que oculta la magnitud del dolor.
Este caso no es aislado. Las muertes por descargas eléctricas en Cuba se han vuelto un drama recurrente, sobre todo en el verano, cuando las tormentas se desatan con fuerza. A inicios de junio, dos adolescentes de 13 y 16 años murieron en Bauta, Artemisa, al ser alcanzados por un rayo mientras jugaban fútbol. Lo más inquietante es que el impacto ocurrió incluso antes de que cayera la primera gota de lluvia, y hasta hoy nadie ha aclarado si existía algún aviso meteorológico para prevenir la tragedia.
Hace apenas unos días, otros tres menores de entre 13 y 14 años perdieron la vida en una loma, tratando de conectarse a Internet. Un hecho que no solo duele por las vidas truncadas, sino que refleja la precariedad tecnológica del país: muchachos que tienen que subir montes para captar señal, arriesgando la vida por un derecho básico que el régimen sigue negando o encareciendo.
Las cifras oficiales, esas que el Estado apenas menciona, son contundentes: los rayos son la principal causa de muerte por fenómenos naturales en Cuba, superando incluso a los huracanes. Entre 1987 y 2017, murieron en promedio 54 personas al año por este motivo, sumando un total de 1,742 fallecidos en tres décadas. El propio Instituto de Meteorología reconoce que julio y agosto son los meses más letales, pero las advertencias siguen siendo deficientes y las medidas de protección, casi inexistentes para la población rural.
En una isla donde la naturaleza ya es bastante dura, la negligencia oficial y la falta de infraestructura convierten cada tormenta en una ruleta rusa. No es solo un rayo: es el reflejo de un país donde la vida de sus ciudadanos no ocupa el lugar que merece.
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