En Sancti Spíritus, la madrugada del 11 de julio dejó al descubierto no solo un robo millonario, sino también el desastre que vive Cuba en materia de seguridad. Un apagón, sumado a la desidia del régimen y la ausencia total de vigilancia, fue el escenario perfecto para que un grupo de individuos irrumpiera en la mipyme mayorista Lancervi, entrando por el techo como si se tratara de una película… solo que aquí el final no tiene nada de ficción.
Según el teniente coronel Rolando Rodríguez Carmenate, jefe del órgano provincial de investigación criminal, el Minint capturó a dos de los implicados, hombres con un largo historial delictivo y mala conducta social. Ambos confesaron su participación e incluso señalaron a otros dos cómplices, que también están tras las rejas. La policía dice que fue gracias a denuncias ciudadanas —muchas de ellas anónimas— que lograron dar con los responsables.
El botín no fue cualquier cosa: millones en efectivo y bienes adquiridos con el dinero robado, incluyendo motores de combustión, motorinas eléctricas, teléfonos de alta gama, ropa y hasta un carretón. Uno de los acusados, con una frescura tremenda, trasladó parte del dinero en ese carretón hasta su casa. Otro se dedicó a comprar medios de transporte para encubrir la procedencia del dinero.
El plan fue sencillo y muestra un nivel de impunidad alarmante: escalaron el techo, levantaron una teja de zinc y entraron directo al efectivo, porque uno de ellos ya había trabajado allí y sabía dónde estaba guardado. Las huellas encontradas coincidieron plenamente con las de los acusados. Ahora, están bajo prisión provisional por “robo con fuerza en las cosas”, mientras investigan si andan metidos en otros delitos.
Este caso se suma a una lista creciente de robos que evidencian la corrupción y el descontrol absoluto del Estado. En junio, las mismas autoridades anunciaron que habían desarticulado una red dedicada al robo y reventa ilegal de balitas de gas licuado. Y poco después, la Fiscalía General reconoció investigaciones por el robo de productos esenciales, como los 197 sacos de leche en polvo destinados a niños menores de dos años en La Habana.
La gente en la isla está que arde: delincuencia desatada, violencia en aumento y cero protección real. Robos con violencia, asaltos a plena luz del día y ataques brutales se han vuelto el pan de cada día. En agosto, una joven maestra fue asaltada violentamente cerca de su casa, justo antes de cumplir 30 años. En La Habana, la activista Yamilka Laffita denunció el robo del Lada de sus vecinos. Y en Santiago de Cuba, el periodista Enrique Pérez Fumero fue golpeado salvajemente en un asalto, mientras que en Contramaestre, un robo en una cooperativa terminó con un custodio asesinado y otro al borde de la muerte.
El propio régimen ha tenido que admitir que la violencia crece, incluso con uso de armas de fuego. Pero sus “juicios ejemplarizantes” suenan más a discurso vacío que a solución real. Porque en la Cuba de hoy, mientras el pueblo sobrevive con lo mínimo, los delincuentes y los corruptos se sienten en casa… igual que los que gobiernan.