En Cuba, hay cosas que duran años, como los apagones o las colas, y otras que apenas sobreviven unas horas… como un mensaje de apoyo al 11J pintado frente al Teatro Amadeo Roldán en La Habana. Sí, ese que apareció una mañana y desapareció al poco rato bajo una capa de pintura amarilla, como si el color pudiera borrar la memoria.
La denuncia llegó a redes de la mano del usuario San Memero (@SanMemero), que con tono de humor negro propuso un peculiar concurso: “Pinta tu pedacito”. Según contó, el mural llevaba escrita la frase “11J, Día de la Rebeldía Nacional”, una referencia directa a las protestas masivas del 11 de julio de 2021 que todavía resuenan en la mente de miles de cubanos. Pero, como era de esperar, las autoridades no tardaron en actuar y en cuestión de horas ya estaba cubierto.
Lo curioso (y bastante revelador) es que, justo al lado, quedó intacto otro mensaje pintado hace años: el famoso “26 Julio”, en rojo y negro, símbolo del movimiento fundado por Fidel Castro. Ahí está, firme y reluciente, mientras el 11J terminó escondido bajo brochazos desordenados que ni siquiera lograron taparlo del todo.
La escena no podía ser más simbólica: una pared vieja, con pintura descascarada, grietas por todas partes y restos de grafitis. El parche amarillo parece hecho a la carrera, como si la orden fuera “borren eso ya” sin importar el acabado. Es la censura improvisada, pero efectiva, que se ha vuelto parte del paisaje urbano cubano.
Y no es un caso aislado. Apenas un día antes, en el barrio Abel Santamaría de Santiago de Cuba, alguien se atrevió a escribir una pintada contra Miguel Díaz-Canel en la zona conocida como Micro 2. La respuesta fue la misma: borrado exprés. Según el periodista independiente Yosmany Mayeta, los vecinos alcanzaron a fotografiarlo antes de que fuerzas del Ministerio del Interior llegaran para borrar cualquier rastro.
Este patrón se repite: mientras la propaganda estatal adorna paredes y plazas sin problema, cualquier mensaje crítico desaparece en cuestión de horas. Es un control quirúrgico del espacio público, donde la voz oficial se amplifica y la disidencia se borra, literalmente, a brochazos.
Más de tres años después del 11J, el régimen sigue persiguiendo hasta el último grafiti que recuerde aquella jornada histórica. La escena frente al Amadeo Roldán es solo una prueba más de que, para el poder, la memoria colectiva es peligrosa. Porque aunque pinten de amarillo las paredes, hay cosas que no se borran tan fácil en la cabeza y el corazón de la gente.
