En Cuba, hay una pregunta que no deja de rebotar en las redes: ¿cuántas termoeléctricas se podrían levantar con los 18 mil millones de dólares que GAESA —el pulpo empresarial de las FAR— tiene guardados quién sabe dónde?
La chispa volvió a encenderse gracias a un comentario del usuario Javier Bobadilla en Facebook. Según él, con esa cifra se podría quintuplicar la capacidad de generación eléctrica de la Isla y todavía sobraría para comprar petróleo de sobra. Y no exagera: tomando precios internacionales, con ese dinero se podrían financiar unas 12 plantas modernas de ciclo combinado de 500 MW, más que suficiente para acabar de raíz con los apagones que tienen al país en ascuas. Otra opción sería gastarlo en combustible: hablamos de más de 225 millones de barriles, que darían para más de 15 años de consumo eléctrico.
Pero claro, ese es el mundo ideal. En el real, el dinero está bajo llave, manejado por un conglomerado militar que funciona como un banco paralelo y que no invierte un centavo en las urgencias del pueblo. No es casualidad: como apunta Bobadilla, “no pueden poner a un general como dueño de una termoeléctrica que cobre la corriente en dólares… pero un hotel, sí”.
Mientras tanto, el salario promedio no pasa de 16 dólares al mes, y en agosto de 2024 GAESA recibió del presupuesto estatal más de 9,260 millones de pesos… sin pagar impuestos. Para ponerlo en perspectiva: con apenas 43 millones de dólares al año se cubriría el suministro de 63 medicamentos esenciales, y con 250 millones se estabilizaría la red eléctrica nacional.
En vez de eso, el régimen se dedica a inaugurar elefantes blancos como el Hotel Torre K23, en plena Habana, que costó cientos de millones de dólares, consume casi 2 MW continuos y sigue vacío de huéspedes. El gasto en ese monstruo habría alcanzado para reparar varias plantas termoeléctricas o incluso construir una nueva del tamaño de la Antonio Guiteras.
Pero no: el gobierno insiste en la fantasía de que el turismo es el “motor de la economía”, aun cuando el sector lleva más de tres años en picada y depende de insumos importados que drenan las pocas divisas que entran. La llegada de visitantes está más de un 60% por debajo de 2019 y hasta el propio ministro de Turismo reconoció que 2024 es “el peor momento” para la industria.
