Ernesto “Che” Guevara, aquel guerrillero que el castrismo elevó a los altares de la propaganda, terminó convertido en algo muy distinto a lo que predicaba: una marca global, un producto de consumo masivo, explotado por el propio régimen cubano y, con el tiempo, por su propia familia.
La maquinaria comenzó a girar en 1968, cuando el editor italiano Giangiacomo Feltrinelli aterrizó en La Habana, convocado por Fidel Castro. El dictador entendía perfectamente el potencial político y económico de la imagen del Che, asesinado en Bolivia un año antes. Feltrinelli, hábil para el negocio, propuso publicar y vender el Diario del Che, y de paso convertir su rostro —gracias a la célebre foto de Alberto Korda— en un icono que se estamparía en camisetas, banderas, pósters y cualquier cosa que dejara ganancias.
El negocio fue tan redondo que generó millones. Pero no todos ganaron: Korda jamás recibió un centavo por derechos de autor, mientras que Feltrinelli entregaba maletines llenos de dinero en efectivo al régimen. Esos fondos se usaron para financiar movimientos guerrilleros y proyectos de la izquierda radical en América Latina, África y Asia, con organizaciones como la OSPAAAL y el Instituto de Amistad con los Pueblos sirviendo de fachada y bancos offshore como el Havana International Bank en Londres ayudando a mover el dinero.
Con la caída del bloque socialista en los 90 y el inicio del llamado “Período Especial”, la batuta pasó a manos de la familia Guevara March. Aleida March, viuda del Che, cerró un trato con los herederos de Feltrinelli para quedarse temporalmente con los derechos de autor de la obra y la imagen del guerrillero. Así, bajo el pretexto de que el Che no dejó bienes materiales a sus hijos, montaron un negocio que financiaría la creación del Centro de Estudios Che en el Nuevo Vedado, una institución destinada a “preservar la memoria” del líder… y a seguir alimentando el mito rentable.
Aunque Fidel Castro nunca dio su bendición formal al proyecto, tampoco lo frenó. La familia aprovechó el vacío para consolidar su monopolio sobre la marca “Che”, navegando con destreza las contradicciones del régimen. Décadas después, continúan explotando la imagen del hombre que predicaba igualdad y sacrificio, mientras el pueblo cubano sobrevive entre apagones, desabastecimiento y miseria.
La ironía es brutal: el Che, símbolo del antiimperialismo, convertido en mercancía de lujo, con su legado convertido en una franquicia familiar y una fuente de divisas para el castrismo. Todo, mientras en la isla reina la pobreza que él supuestamente combatía.
Feltrinelli murió en 1972 en un misterioso episodio ligado a su militancia armada en Italia. Sin embargo, dejó sembrada una herencia que aún hoy alimenta el aparato propagandístico y financiero de La Habana. Lo que empezó como un instrumento de agitación política se transformó en un negocio global que mantiene viva la leyenda del Che… pero sobre todo, el bolsillo de sus herederos y de la dictadura que lo convirtió en mito.