La Habana volvió a vivir otra noche de tragedia este martes, cuando un edificio en ruinas del municipio Cerro se vino abajo parcialmente, dejando a dos personas hospitalizadas, una de ellas luchando por su vida. El incidente ocurrió en Castillo 216, entre Omoa y San Ramón, un sitio que, como tantas construcciones de la capital, sobrevive a duras penas por el abandono y la desidia del régimen.
Uno de los heridos fue identificado como Leonardo García Medina, quien se encuentra estable, mientras que el otro lesionado permanece reportado de grave. Los vecinos cuentan que todo pasó en cuestión de segundos y que, por pura suerte, no había más personas en la zona cuando la estructura cedió.
Según testimonios recogidos por medios independientes, las fuertes lluvias de los últimos días terminaron de empujar a la ruina un edificio que llevaba años clamando por reparaciones. No es un caso aislado: apenas 24 horas antes, en el mismo barrio, un bebé de apenas cinco meses perdió la vida cuando un muro colapsó y el agua inundó su casa.
En redes sociales, la indignación fue inmediata. “Mientras tanto, el régimen estaba soplando velas por el cumpleaños del culpable de todo este desastre”, soltó una internauta, aludiendo al 99 aniversario del natalicio del dictador Fidel Castro, que el aparato oficial celebraba como si nada pasara.
Otro habanero resumió el sentir popular con crudeza: “Esto parece un país bombardeado, lleno de escombros y basura. Cuba no aguanta más”. Y no exagera. Municipios como el Cerro, Centro Habana o La Habana Vieja se han convertido en zonas de alto riesgo, donde cada temporada de lluvias trae consigo derrumbes, víctimas y familias en la calle.
La misma noche del lunes, otro colapso en Regla dejó a una niña de nueve años atrapada bajo los escombros y provocó heridas a varias personas, incluidas dos ancianas con problemas cardíacos. Historias que, lejos de ser excepciones, se han vuelto parte del día a día en una ciudad donde el Gobierno prefiere gastar en desfiles y propaganda que en salvar las viviendas de su pueblo.
Aquí, cada lluvia es una amenaza y cada grieta, un aviso ignorado por un sistema que ha dejado a La Habana al borde del derrumbe total.