En una Cuba donde muchas madres sobreviven el embarazo con lo justo, donde traer un hijo al mundo es casi un acto de resistencia y fe, un hospital santiaguero aprovechó una coincidencia para montar su pequeño show político. El pasado 13 de agosto, fecha de nacimiento de Fidel Castro, el Hospital General Dr. Juan Bruno Zayas Alfonso anunció con bombos y platillos en Facebook que la primera madre en dar a luz ese día recibiría una canastilla “repleta de artículos esenciales”.
El regalo, preparado por trabajadores sindicalizados, no fue por pura solidaridad, sino por la “bendita coincidencia” con el natalicio del dictador. El centro médico lo presentó como una fiesta de vida, pero evitó mencionar que para la mayoría de las familias cubanas conseguir esos productos implica meses de colas, trueques y ayuda del exterior. En las fotos se veían jabones, ropita, detergente, biberones y toallitas, lujos que en cualquier otro país serían básicos y no un privilegio condicionado por la fecha.
Porque aquí está el punto: el régimen nunca pierde oportunidad para politizar lo que debería ser íntimo y humano. Que un niño nazca es motivo de alegría en cualquier lugar, pero en Cuba, si el alumbramiento coincide con un 13 de agosto, el aparato propagandístico se pone manos a la obra para convertirlo en parte de su culto a la personalidad.
Ese mismo día, en Matanzas, a la 1:30 de la madrugada, nació Milán Daimel Montejo Machado, hijo de una madre primeriza de 33 años. El parto, que debería haber sido simplemente una historia familiar, fue convertido en “noticia” por la prensa oficial, recalcando la “coincidencia” con el 99 aniversario de Castro. Y, claro, también hubo canastilla “oficialista” entregada por funcionarios locales, presentada como un acto de “acompañamiento y solidaridad”.
La realidad es que ese obsequio sí representa un alivio para cualquier madre en medio del desastre económico, pero la puesta en escena es un insulto para las miles de mujeres que dan a luz el resto del año sin recibir nada. Una vez más, la dictadura aprovecha hasta la llegada de un recién nacido para rendir pleitesía al tirano que arruinó el país, demostrando que su obsesión por el culto a su figura no conoce límites.