Cuando se habla de sacrificio materno, solemos pensar en desvelos, dobles jornadas y mil esfuerzos para que a los hijos no les falte nada. Pero lo que está dispuesta a hacer Iseilys Valdés Oña, una madre cubana de Santa Cruz del Norte, Mayabeque, supera cualquier límite. Su situación es tan extrema que llegó a ofrecer vender un riñón para darle un techo digno a su hija de 11 años.
Iseilys vive con la niña en un cuarto prestado, cuyas paredes y techo están tan deteriorados que parecen caerse a pedazos. El riesgo de derrumbe es real, y cada noche duerme con la incertidumbre de si el lugar resistirá un día más. Pero la precariedad del hogar no es el único problema: el padre de la menor, con antecedentes de violencia y alcoholismo, la acosa constantemente.
En sus redes sociales, la madre publicó un mensaje que dejó a todos sin palabras:
“Vendo uno de mis riñones para poderle comprar una casita con dignidad a mi hija, al menos dejarla con algo en esta vida. A los que vayan a criticar, gracias, les presto mis zapatos para que se los pongan. Imaginarán ya cómo estoy cuando hago público lo que estoy pasando”.
El testimonio, recogido por CubaNet, muestra que Iseilys no está hablando desde la exageración, sino desde la desesperación. Trabaja pintando uñas y vendiendo productos, pero sus ingresos no alcanzan ni de lejos para comprar una vivienda. Denunciar el acoso tampoco es una opción sencilla: la vivienda donde ahora se refugia pertenece al padre de la menor, lo que la deja atrapada en una vulnerabilidad constante.
Su caso no es aislado. Es el reflejo de una Cuba con una crisis habitacional profunda, donde muchas madres solas sobreviven sin apoyo real del sistema. Y lo más irónico: en un país cuyo gobierno y organizaciones como la Federación de Mujeres Cubanas dicen “proteger la niñez”, la realidad demuestra que la protección es, en el mejor de los casos, un discurso vacío.
Lo de Iseilys no es la primera historia así. En diciembre de 2023, otra madre cubana con tres hijos confesó que vendería un riñón para poder alimentarlos. Unas semanas antes, otra mujer dijo sentirse capaz de hacer lo mismo para que su hijo comiera. Todas, distintas caras de la misma desesperación: madres dispuestas a sacrificar parte de su cuerpo para garantizar lo mínimo.
En un país donde la supervivencia muchas veces se impone a la esperanza, Iseilys nos recuerda que el amor de una madre puede llegar hasta donde el Estado no llega… aunque ese camino pase por el acto más extremo imaginable.
