La noche del lunes, el municipio de Regla en La Habana volvió a ser escenario de una tragedia que retrata, sin maquillaje, el derrumbe literal y moral del país. Una niña de nueve años quedó atrapada bajo los escombros y varias personas resultaron heridas, entre ellas dos ancianos con problemas cardíacos.
El colapso ocurrió en Agramonte 459, entre Millar y Agustín García, dejando a la pequeña con lesiones en la cabeza, un ojo y una pierna. Su madre, en cambio, sufrió heridas más graves en la columna, los hombros, las rodillas y un pie. Entre los afectados también hubo dos adultos mayores con cardiopatías y una persona que padeció un infarto agudo al miocardio.
Por si fuera poco, el desastre vino acompañado de otro golpe: los bomberos nunca llegaron, a pesar de los llamados desesperados de los vecinos, según denunció el artista Saúl Manuel. El gobierno municipal, en lugar de brindar una respuesta digna, ofreció a las familias afectadas habitaciones en ruinas, sin electricidad, ventanas ni condiciones mínimas para vivir.
Mientras Regla intentaba recuperarse del susto, otro derrumbe sacudía Centro Habana. Allí, un edificio declarado inhabitable e irreparable hace años colapsó parcialmente en Mercado 79 entre Santa Marta y Arroyo, atrapando a un anciano y a su hijo de 10 años bajo una pared desplomada. Parte de la estructura quedó colgando, amenazando con caer en cualquier momento.
La respuesta oficial fue tan absurda como peligrosa: que los propios residentes tumben la pared en riesgo porque “no tienen condiciones” para hacerlo desde el gobierno. Esto, a pesar de que implica un alto riesgo que debería ser asumido por brigadas especializadas. El anciano y su hijo llevan más de un día sin poder salir ni comprar alimentos, bloqueados por los escombros.
Las familias de ese edificio llevan más de siete años esperando una reubicación que nunca llega. Mientras tanto, la ciudad sigue sumando tragedias. Vecinos denuncian que miles de habaneros viven con la muerte sobre sus cabezas, en construcciones al borde del colapso, sin que las autoridades muevan un dedo.
Como si el panorama no fuera ya lo bastante desgarrador, en otro punto de la capital un menor perdió la vida ahogado cuando un muro cedió durante un aguacero. El agua entró con furia a la vivienda, arrancándolo de los brazos de su madre y arrastrándolo sin que los intentos de rescate pudieran salvarlo.
Estos hechos no son accidentes aislados. Son la consecuencia directa del abandono estructural, la falta de mantenimiento y la inacción del régimen, que cada temporada de lluvias convierte decenas de hogares en trampas mortales. En Regla, el Cerro y Centro Habana, las lágrimas y el dolor vuelven a encender el debate sobre la responsabilidad del Estado en proteger a su pueblo de peligros que son perfectamente evitables.
Mientras las familias claman por soluciones reales, la indolencia y el abandono estatal siguen cobrando vidas en una crisis habitacional que no da respiro y que expone, una vez más, que en Cuba el derrumbe no es solo de paredes: es de un país entero.
