A pocos días de que termine el verano para los niños y jóvenes en Cuba, el Zoológico Nacional anunció con bombo y platillo la reapertura de su lago de cocodrilos. Según dijeron, el lugar pasó por un “proceso integral de saneamiento y restauración” que permitió reintroducir a los ejemplares en su hábitat. En su página de Facebook, la administración del parque aseguró que el objetivo es garantizar el bienestar de los animales y la calidad del espacio, aunque dejó claro que la colaboración del público es clave para mantenerlo en buen estado.
De paso, advirtieron sobre una costumbre bastante dañina: la de tirarles objetos como latas, piedras o palos para “hacerlos moverse”. Más allá de ser una falta de respeto, esta práctica contamina el agua, daña el ecosistema y pone en riesgo la salud de los reptiles.
Los especialistas del zoológico explicaron que los cocodrilos son animales ectotérmicos, lo que significa que regulan su temperatura con la ayuda del ambiente. Quedarse quietos, incluso con la boca abierta, es un comportamiento natural llamado termorregulación, que les permite ahorrar energía o disipar calor en días calurosos. Molestarlos con objetos no solo los estresa, sino que también puede provocarles lesiones.
En su llamado a la responsabilidad, las autoridades invitaron a los visitantes a disfrutar de la observación de estos animales sin alterar su entorno. “Juntos podemos mantener el Zoológico Nacional como un espacio limpio y seguro para todos”, aseguraron, mientras promovían la visita para conocer de cerca no solo a los cocodrilos, sino también al resto de la fauna que allí vive.
Sin embargo, la otra cara de la moneda se ve a pocos kilómetros, en el Zoológico de 26, un lugar que alguna vez fue orgullo de La Habana y que hoy parece sacado de una película postapocalíptica. Allí, las jaulas están oxidadas, los estanques secos, los animales desnutridos y el olor es insoportable. Es una postal que deja en evidencia el colapso de las instituciones estatales y el abandono total al que el régimen somete no solo a las personas, sino también a la fauna.
“Si no hay pa’ los cubanos, ¿qué va a haber para los animales? Esto es un genocidio”, denunció un trabajador del zoológico en declaraciones a la página La Tijera. En las fotos que acompañan la denuncia se ven lagos contaminados, estanques vacíos y visitantes intentando esquivar el calor sofocante y las guasasas.
Una abuela, resignada, dejó caer una frase que resume el sentir de muchos: “Deberían hacerlo una MIPYME, si total ya todo lo que funciona aquí es privado”. Y no le falta razón. La isla vive una privatización encubierta, donde lo poco que queda operativo se sostiene por fuera del control estatal, mientras lo que sigue bajo mando del régimen se hunde en el deterioro.
El Zoológico de 26, como tantas otras instituciones públicas en Cuba, es un espejo del país: un lugar que alguna vez tuvo brillo y que ahora está en ruinas, víctima de un sistema que lo ha dejado morir junto a los sueños y esperanzas de su gente.