En Matanzas, el agua ya no es un derecho básico, sino un lujo de mercado negro. La sequía prolongada y el desastre en la gestión estatal han disparado su precio hasta un peso por litro, según reconoció el propio periódico oficialista Girón.
Puede parecer poco, pero las cuentas no mienten: un hogar de tres personas, consumiendo lo mínimo para sobrevivir, tendría que gastar unos 9 mil pesos al mes solo para cubrir sus necesidades más elementales. En un país donde el salario promedio apenas alcanza para medio tanque de agua, la cifra es escandalosa.
Ante la crisis, camiones cisterna ilegales se mueven por toda la ciudad como buitres olfateando la necesidad ajena, vendiendo el agua a precios inflados. El periódico estatal lo llama “especulación”, pero la verdad es que esta economía paralela crece porque el sistema oficial es incapaz de garantizar el servicio.
La raíz del problema está en las roturas de equipos de bombeo, las variaciones de voltaje y los apagones eternos que impiden mantener un suministro estable. El sistema de pozos de Canímar, que alimenta gran parte del este de la ciudad, está en jaque, afectando a comunidades enteras como Peñas Altas y Playa.
Basta una interrupción de minutos para que todo colapse. El reinicio no es inmediato: requiere maniobras técnicas para expulsar el aire atrapado y estabilizar la presión, mientras miles de familias siguen sin una gota en sus tanques.
Según Yordanis Mora Sánchez, director de Ingeniería de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado, una docena de bombas están fuera de servicio por daños eléctricos. Puede parecer poco —un 4% del total—, pero más del 60% de las interrupciones en el abasto se deben a la falta de electricidad, lo que deja a más de 300 mil personas sin acceso al agua.
Y Matanzas no es la única. En La Habana, casi medio millón de personas viven sin agua potable, obligadas a improvisar, pagar a sobreprecio o depender de donaciones.
Este es el resultado de décadas de abandono y corrupción del régimen, que invierte millones en hoteles y propaganda mientras los cubanos tienen que comprar lo que debería salir gratis por sus tuberías. En la Cuba de hoy, hasta un vaso de agua se ha convertido en un lujo.