En Santiago de Cuba, la picaresca criolla ha tomado un rumbo cada vez más oscuro. Los llamados “chaperos” se han adueñado de camiones de pasajeros para montar su show de estafas con el viejo truco del juego de las chapas, engañando a viajeros y transeúntes sin que nadie los frene.
El periodista independiente Yosmany Mayeta denunció en Facebook que esta modalidad se ha vuelto pan de cada día en municipios como San Luis, Palma Soriano y la propia ciudad de Santiago, dejando un reguero de víctimas que pierden dinero, cadenas, relojes y hasta la poca dignidad que les queda, mientras la policía mira para otro lado.
La mecánica es siempre la misma: suben al transporte en grupos de dos o tres, fingen no conocerse y comienzan a apostar pequeñas sumas entre ellos para atraer miradas. Una vez que alguien pica el anzuelo, suben las apuestas, manipulan la jugada y aseguran su victoria. El final es predecible: la víctima se va sin un peso y, a veces, hasta sin sus pertenencias de valor.
Vecinos como uno de Palma Soriano aseguran que han visto a mujeres entregar sus joyas por no tener efectivo: “Es una injusticia… pero la policía nunca hace nada, y ellos saben bien quiénes son”, dijo indignado.
En una denuncia posterior, Mayeta señaló con nombre y apellido a Orlando Villalón, un reincidente que vive en el poblado de Dos Caminos, San Luis. Villalón, que hace apenas unos meses salió de prisión en La Habana por estafa, fue visto de nuevo operando en un camión rumbo a Palma Soriano, repitiendo la misma trampa.
El modus operandi no deja cabos sueltos: rodean al incauto, controlan el flujo de apuestas y manipulan la posición de la chapa para que nadie más pueda ganar jamás. Si el jugador no tiene suficiente dinero, lo presionan hasta que entregue cadenas, relojes o cualquier objeto de valor.
Mayeta pidió a la población que no caiga en el juego y que, si lo ve, alerte a otros pasajeros. Pero la realidad es que estos estafadores actúan a plena luz del día, cruzando municipios como si nada, sin que las autoridades los toquen.
Este fenómeno no es aislado. En la Cuba actual, marcada por la miseria y el caos, los delitos por estafa y suplantación se multiplican como cucarachas. En Holguín, un falso inspector de transporte se paseaba por estaciones exigiendo dinero a los choferes, mientras usaba un uniforme inventado. En hospitales, mujeres vestidas de enfermeras han intentado sacarle dinero a familiares de pacientes con falsas gestiones “urgentes”.
En Matanzas, otro fue detenido por intentar pagar con billetes falsos, y en Holguín, un hombre estafó más de dos millones de pesos con promesas de trámites y beneficios inexistentes.
Todo esto es el reflejo de un país donde la crisis económica, la falta de control institucional y la indiferencia del régimen han roto cualquier freno ético. La delincuencia ya no se esconde; actúa en la calle, en el transporte y hasta en los hospitales, mientras el gobierno, ocupado en hoteles y propaganda, deja que el pueblo se defienda solo.