En Cuba, las historias de abandono animal son cada vez más frecuentes, y esta vez el caso ha conmovido a todo un barrio de La Habana. Una perrita quedó atrapada en la azotea de su casa luego de que su dueño falleciera, y ahora los vecinos claman por ayuda para salvarla.
La denuncia llegó a través de Facebook, donde la internauta Margarita Fresco compartió detalles de la situación. La perrita vive en una azotea de la calle San Benigno #404, apartamento 10, entre Santos Suárez y Santa Emilia, en el primer pasillo. Desde la muerte de su dueño, nadie se ha hecho responsable de ella.
Algunos vecinos hacen lo posible por ayudar. Una mujer de la zona le da comida cuando puede, aunque ya tiene varios perros bajo su cuidado y no cuenta con recursos ni espacio para hacerse cargo de otro. Esa solidaridad improvisada apenas alcanza para mantenerla con vida, pero no resuelve su situación.
El panorama es desolador: la perrita pasa los días bajo el sol abrasador y las lluvias, sin techo ni refugio. Varios vecinos comentaron que han pensado en soltarla a la calle, pero temen que no sobreviva. No está acostumbrada a valerse por sí sola, y dejarla a su suerte podría ser una sentencia de muerte.
La frustración aumenta porque, según denuncian, un grupo de rescatistas había prometido recogerla, pero nunca apareció. Mientras tanto, el animal sigue esperando en la azotea, cada vez más débil. “Imaginen el calor de esa azotea, la lluvia y el hambre que pasa ese pobre animal. Si alguien se compromete a salvarla, que lo haga; pero no jueguen con la vida de un ser indefenso”, lamentó una vecina en redes sociales.
Este caso no es aislado. Refleja la vulnerabilidad de miles de animales en Cuba, donde aún no existen albergues estatales ni políticas efectivas de protección animal. Son los propios ciudadanos, voluntarios y organizaciones independientes quienes cargan con la enorme responsabilidad de rescatar, alimentar y buscar hogares para perros y gatos abandonados.
Los vecinos de San Benigno insisten en que urge encontrarle un hogar responsable antes de que sea demasiado tarde. No se trata solo de una mascota sin dueño, sino de una vida que padece hambre, soledad y desamparo en medio de un país que todavía no ofrece soluciones reales para los animales.
Si algo demuestra esta historia, es que en Cuba la supervivencia de los más indefensos depende casi siempre de la empatía y la acción colectiva. Y la perrita de la azotea aún espera que alguien la mire con compasión y le dé una segunda oportunidad.