El nieto de Fidel Castro, Sandro Castro, volvió a ser tema de conversación en redes sociales tras responder a una pregunta que le lanzaron en Instagram: ¿le gustaría ser presidente de Cuba?
El influencer, que suele usar la dinámica de “Hazme una pregunta”, aseguró que ahora mismo está centrado en “el arte y los negocios, no en la política”. Sin embargo, dejó la puerta abierta a un futuro salto al escenario público, reconociendo que para eso hace falta “una preparación que todavía no tengo”, aunque remató diciendo: “Por mi país haría cualquier cosa, siempre que mi pueblo esté de acuerdo”.
Las reacciones no tardaron en llegar. Mientras algunos seguidores le mostraban apoyo, la mayoría no pudo evitar ver la declaración como una mezcla de oportunismo y show mediático. Al fin y al cabo, hablamos de un Castro, un apellido cargado de poder, privilegio y, sobre todo, del desastre que vive hoy la isla.
Con más de 126 mil seguidores en Instagram, Sandro se ha convertido en un personaje polémico. No ocupa cargos políticos, pero su apellido lo mantiene en el centro de la atención. Y cada vez que abre la boca para hablar del futuro del país, genera ruido, críticas y burlas.
El problema es que Sandro no es precisamente el ejemplo de un cubano de a pie. Su vida de lujos choca de frente con la miseria que sufren millones en la isla. Basta recordar aquel famoso video en el que apareció conduciendo un Mercedes Benz a toda velocidad por las calles de La Habana, mientras decía con descaro que “no todos pueden darse ese lujo”. Una provocación directa para un pueblo que pasa hambre y que sobrevive a pie porque el transporte es un caos.
Dueño de EFE Bar, Sandro se ha hecho famoso por sus fiestas privadas con derroche de alcohol, música y comodidades, una burbuja muy lejos de la cruda realidad de la mayoría de los cubanos. No es casualidad que cada aparición suya despierte indignación: representa, sin proponérselo, la cara más obscena de la élite castrista, esa que vive en abundancia mientras la gente hace colas infinitas por un pedazo de pan o una cajita de pollo.
Las andanzas de Sandro Castro son el reflejo de un país dividido entre la cúpula privilegiada y un pueblo que carga con las consecuencias de más de seis décadas de dictadura. Por eso, cuando el nieto del dictador habla de “hacer cualquier cosa por su país”, lo que muchos cubanos sienten es que ya lo está haciendo: vivir del poder heredado y burlarse, con su vida de lujos, de la miseria en que dejaron a Cuba.