La primera secretaria del Partido Comunista en Villa Clara, Susely Morfa González, apareció en Santa Clara con su típico discurso triunfalista, asegurando que el boulevard de la ciudad “tiene que convertirse en el más lindo de Cuba”. Según ella, la tarea pasa por transformar ruinas en “lugares hermosos” y cuidar hasta el último detalle. Palabras bonitas, sí, pero que suenan huecas frente a la realidad que vive el pueblo.
Morfa se quejó de fachadas mal pintadas y trabajos improvisados, como si el verdadero problema del país fuera una capa de pintura mal dada y no el abandono generalizado que el propio régimen ha sembrado durante décadas. A su lado, la gobernadora provincial Milaxy Yanet Sánchez Armas habló de rehabilitación integral: desde los edificios patrimoniales hasta las jardineras y los servicios. Todo un guion repetido que el pueblo ha escuchado mil veces sin ver cambios reales.
Las dirigentes incluso exigieron que el boulevard tenga propuestas gastronómicas todas las noches y que se amplíen los horarios de las tiendas. Lo dicen como si en Cuba hubiese productos para llenar esas ofertas, como si la escasez crónica y los precios por las nubes fueran invento de la gente y no la consecuencia directa del sistema que ellas mismas representan.
En medio del recorrido, una santaclareña se armó de valor y pidió que se reconstruyera la Marquesina del Teatro La Caridad, un emblema cultural de la ciudad que sigue esperando por respeto y restauración. Ese reclamo mostró lo que la gente realmente quiere: rescatar el patrimonio de verdad y no seguir maquillando fachadas para la foto oficial.
Morfa, entre elogios y promesas, habló de que el boulevard debería llenarse de músicos y artistas cada día, un “ideal de belleza” que choca con el panorama actual de la arteria principal: desgaste, pobreza y desidia por donde se mire.
El caso de Santa Clara no es único. En toda Cuba los lugares emblemáticos cuentan la misma historia de abandono. Basta con mirar a Isabela de Sagua, en Villa Clara, un pueblo pesquero que en otros tiempos fue próspero y hoy parece un pueblo fantasma: muelles podridos, casas derrumbadas y calles desiertas.
En Manzanillo, la histórica imprenta El Arte, símbolo cultural de Oriente, se cae a pedazos sin que nadie mueva un dedo. En Guantánamo, el cementerio San Rafael deja en el olvido mausoleos de héroes independentistas, con lápidas rotas e ilegibles. El aeropuerto Máximo Gómez, en Ciego de Ávila, se tragó más de 100 millones de pesos y hoy no sirve ni para guardar bicicletas: un monumento al despilfarro estatal.
La lista de ejemplos es interminable: el museo en honor a Carlos Baliño, fundador del primer Partido Comunista, cerrado y en ruinas desde 2019; el Casino Español en La Habana, el Teatro Musical, el Hotel Venus en Santiago, la discoteca del Comodoro… todos convertidos en esqueletos vacíos de lo que alguna vez fueron.
El caso más simbólico es el del Hipódromo de Marianao, que en sus tiempos fue orgullo de La Habana y hoy no es más que un almacén estatal polvoriento. Una metáfora perfecta de lo que ha hecho el castrismo con Cuba: apagar la vida, sepultar el esplendor y condenar al país a la ruina.
