El canciller cubano, Bruno Rodríguez, salió este lunes con el mismo libreto gastado de siempre: decir que el aumento de las pensiones aprobado por el régimen es una prueba de que la “Revolución” no deja a nadie atrás y que respeta a sus adultos mayores. Pura muela oficialista, mientras la realidad en la calle grita lo contrario.
Sus palabras suenan más que ofensivas en un país donde cada día se vuelven más comunes las imágenes de abuelos hurgando en la basura para encontrar algo de comer. Organizaciones independientes han encendido las alarmas sobre la crisis alimentaria, que se lleva por delante a los más vulnerables.
En X, Rodríguez aseguró que la medida beneficiaría a más de un millón de personas. Pero esa propaganda no aguanta ni un empujón, porque todo el mundo sabe que es otra mentira disfrazada de “logro social”. La vida real de los pensionados demuestra lo contrario.
El incremento fue aprobado en julio y vendido como la gran solución para los jubilados, pero la gente lo recibió con la misma incredulidad que siempre. La pensión mínima quedó apenas por encima de los 3,000 pesos y la máxima no pasa de 4,000, cantidades que ni de lejos alcanzan para cubrir la canasta básica.
Economistas han señalado lo obvio: ese aumento no compensa ni por asomo la pérdida de poder adquisitivo causada por la inflación, la devaluación del peso y los precios disparados en los mercados. En otras palabras, los viejitos seguirán pasando hambre, aunque el gobierno pinte la medida como un gesto de justicia social.
En redes sociales abundan los testimonios de jubilados que confiesan estar “muriéndose de hambre”, porque el dinero que reciben no les alcanza ni para una semana de comida. Los videos que circulan muestran la precariedad brutal de quienes deberían estar disfrutando de una vejez tranquila y digna.
El régimen insiste en maquillar sus fracasos con discursos, pero la distancia entre lo que dicen y lo que vive la gente es abismal. La situación de los pensionados confirma no solo el deterioro de la calidad de vida en Cuba, sino también el fracaso total de una política incapaz de garantizar las necesidades más básicas de su propia gente.