El régimen cubano anunció a mediados de julio un aumento de pensiones para más de 1,3 millones de jubilados, que comenzaría a aplicarse en septiembre.
Manuel Marrero, primer ministro de la dictadura, lo presentó como un gesto “en favor de los más vulnerables”. Pero la calle no se traga ese cuento: lo que parece un alivio, en realidad es solo un espejismo. Mientras ellos hablan de justicia social, el dólar en el mercado informal ya superó los 400 pesos cubanos (CUP), pulverizando el valor real de esas pensiones antes incluso de que caigan en manos de los ancianos.
Cuando Marrero soltó la noticia en la Asamblea Nacional el pasado 15 de julio, el dólar rondaba los 385 CUP. Pero en cuestión de semanas se disparó: cerró julio en 390, subió a 397 a inicios de agosto, el día 12 llegó al récord de 400 y este 19 de agosto ya andaba por 402 CUP. En solo un mes, el peso se depreció más de un 4 %, dejando claro que cualquier subida nominal es humo.
La “reforma” estableció que los pensionados con ingresos de hasta 2,472 CUP recibirán un aumento de 1,528, y los que superen esa cifra tendrán un ajuste hasta 4,000 pesos. Sobre el papel, la pensión mínima se duplica y la máxima queda topada.
Pero si se mide en dólares, la historia cambia. Antes del incremento, un jubilado con pensión mínima de 1,528 CUP apenas podía comprar 3,97 USD en la calle. Ahora, con la pensión “mejorada” de 3,056 CUP, apenas llega a 7,60 USD.
Es cierto que el poder adquisitivo en divisas casi se duplicó, pero todo indica que esa mejoría es un respiro cortísimo. Si la devaluación sigue al ritmo actual, en menos de dos años los jubilados volverán al mismo punto de miseria donde estaban antes del anuncio.
A pesar de eso, Bruno Rodríguez, el canciller del régimen, salió con su discurso hueco de siempre, diciendo que la medida refleja la voluntad de la “revolución” de no dejar a nadie atrás. Una frase que suena a burla frente a la realidad: ancianos que confiesan no poder comer ni tres veces al día y otros que se ven obligados a rebuscar comida en la basura para sobrevivir.
Los economistas, sin tantas vueltas, lo llaman como lo que es: “pan para hoy y hambre para mañana”. La subida queda borrada por la inflación y la dolarización parcial de una economía que ya ni siquiera se sostiene sobre sí misma.
La hipocresía se vuelve más escandalosa si se recuerda que el conglomerado militar GAESA acumula más de 18,000 millones de dólares en activos líquidos, mientras en la isla los ancianos hacen colas para comprar un pan duro y los niños se acuestan sin leche. El régimen prefiere invertir millones en hoteles de lujo vacíos, en lugar de garantizar pensiones que cubran lo básico.
En la práctica, la consigna de “no dejar a nadie atrás” se ha convertido en otra mentira oficialista. Mientras ellos inflan su retórica triunfalista, la verdad la grita el pueblo: los jubilados están cada vez más olvidados, atrapados en una moneda sin valor y en un sistema que ha convertido la pobreza en norma.
