La Habana amaneció este lunes con otro de esos sustos que ya se han vuelto costumbre: un nuevo derrumbe sacudió la ciudad y dejó a unas 50 personas sin techo. El colapso ocurrió en la calle Reina, entre Manrique y San Nicolás, cuando parte de un edificio se desplomó sobre las seis y media de la mañana, hiriendo a una mujer de 75 años y reduciendo a escombros lo que para muchos era el único lugar donde vivir.
Los vecinos cuentan que una habitación del tercer piso se vino abajo de golpe y cayó sobre el segundo, dejando atrapada a Magaly, una anciana que milagrosamente fue rescatada por manos solidarias del barrio. “Ella estaba en su cuarto y de pronto todo se vino abajo. Fue un milagro que la sacaran viva”, relató una residente, todavía con el susto en el cuerpo.
Mientras tanto, las familias afectadas llevan horas en plena calle, rodeadas de lo que quedó de su casa, sin una palabra clara de las autoridades. Los burócratas del municipio pasaron por allí, miraron la escena y se marcharon sin dar solución, como ya es costumbre en una ciudad donde cada derrumbe parece importarle a todos menos al régimen.
Una de las vecinas, agotada y con la voz quebrada, soltó lo que muchos sienten: “¿Para dónde nos van a mandar, para el campo? Yo para el campo no voy porque me muero de hambre. ¿Por qué no nos mandan para el hotel Lincoln que está vacío?”. La pregunta quedó en el aire, porque nadie del gobierno se dignó a responder.
Lo cierto es que los derrumbes en La Habana se han convertido en una tragedia de todos los días. Hace apenas unos días, un trabajador perdió la vida en el Café Boulevard cuando parte del techo se desplomó en plena esquina de San Rafael y Galiano. En el Cerro, dos personas resultaron heridas tras otro colapso, y en julio tres habaneros —incluida una niña— murieron sepultados en La Habana Vieja. Cada historia es la misma: casas podridas por la falta de mantenimiento, familias advirtiendo durante años del peligro y un Estado sordo que solo aparece para recoger los cascajos.
En la capital cubana, vivir bajo un techo viejo es vivir con el miedo constante de que te caiga encima. Y mientras el régimen gasta millones en hoteles para turistas que no llegan, los habaneros siguen durmiendo con el corazón en la boca, sabiendo que mañana podría ser su casa la que termine convertida en ruinas.