El gobernante cubano Miguel Díaz-Canel volvió a echarle la culpa a los productores del campo por el desastre agrícola que atraviesa el país. Durante una visita a la CPA Amistad Cuba-Cambodia, en Jaruco, el dirigente aprovechó para elogiar a esa cooperativa, pero al mismo tiempo lanzó un dardo directo al resto del sector.
En tono inquisidor, soltó: “Si esta cooperativa logra buenos resultados con menos combustible y recursos, ¿por qué el resto de los productores no lo hace? ¿Qué es lo que falta para hacerlo igual?”. Para rematar, añadió que todo depende de la “voluntad” y que “en momentos duros salen las soluciones”, citando a Fidel Castro como si eso fuera suficiente para resolver la crisis.
Un discurso que ignora la realidad
La arenga de Díaz-Canel suena más a regaño que a análisis serio de los problemas del campo. Porque la realidad es clara: la agricultura cubana está en picada no por falta de voluntad, sino por años de mala gestión estatal, burocracia extrema y un sistema que exprime al campesino mientras las tierras se llenan de marabú.
Los datos oficiales reconocen que la producción es baja, el desabastecimiento es crónico y la fuerza laboral sigue escapando hacia cualquier otro sector que les garantice un mínimo de ingresos.
La CPA que sí produce
La CPA Amistad Cuba-Cambodia, dedicada principalmente al cultivo de caña, reportó resultados positivos. Su presidente, Luis Pérez Gil, aseguró que lograron 22,44 toneladas por hectárea en la campaña 2023/2024 y esperan alcanzar 44 toneladas por hectárea para 2025/2026, gracias a técnicas agroecológicas y al bioestimulante cubano Lebame.
La diversificación de cultivos, ganadería y otros servicios les ha permitido sobrevivir en medio del caos económico. Sus trabajadores reciben anticipos que rondan los 30 dólares al mes, una cifra que, aunque parezca risible fuera de Cuba, en la isla se considera un “salario alto”.
¿Producción o sobrevivencia?
Díaz-Canel intenta presentar esta cooperativa como ejemplo de “resistencia revolucionaria”, pero lo que realmente evidencia es la incapacidad del régimen para generar políticas que impulsen la producción nacional. Mientras tanto, el campesinado lucha con falta de insumos, precios estatales ridículos y trabas que asfixian cualquier intento de prosperar.
En resumen, la visita del gobernante no resuelve nada. Solo sirve para repartir culpas y repetir consignas de otro siglo mientras el hambre y el desabastecimiento crecen.
