El gobernante Miguel Díaz-Canel apareció este jueves en la central termoeléctrica Carlos Manuel de Céspedes, en Cienfuegos, en otro de esos recorridos que parecen más show político que soluciones reales. Mientras él posa para las cámaras, millones de cubanos siguen en vela, sudando la gota gorda por los apagones interminables que ya se sienten como una condena diaria.
La visita incluyó un chequeo a la unidad 4 de la planta, fuera de servicio desde diciembre por fallas en la caldera. Según la propia Presidencia, las reparaciones llevan meses pero todavía no hay una fecha clara para que vuelva a funcionar. Palabras, promesas y nada de luz.
Por ahora, la unidad 3 aporta unos 158 megawatts, pero en condiciones normales esta termoeléctrica genera cerca del 14% de la electricidad nacional. En mayo, esa misma unidad había estado fuera del sistema por más de tres meses, evidenciando que el colapso del SEN no es cosa de un día ni de dos, sino de años de abandono y mala gestión.
Díaz-Canel no solo pasó por la planta. También hizo parada en la Empresa Militar Industrial Astillero Centro, donde se fabrican y reparan embarcaciones, y en una planta de productos de aseo bajo control de las Fuerzas Armadas. No fue casualidad que estuviera acompañado por el ministro de las FAR, Álvaro López Miera, y otros altos mandos. El régimen sigue priorizando su maquinaria militar mientras el pueblo cocina con leña y tira comida echada a perder por falta de refrigeración.
El discurso oficial sigue siendo el mismo: “apretar el paso”, “acelerar inversiones”, “revisar hasta las soldaduras”… Palabras vacías repetidas en cada visita, ya sea en la CTE de Cienfuegos o en la Ernesto Che Guevara, donde Díaz-Canel también apareció hace poco. Y aun así, la realidad es que los apagones son más largos, más frecuentes y más insoportables.
Este viernes, según las cifras oficiales, la demanda energética superará por más de 1,600 MW la disponibilidad. En buen cubano: la mitad del país seguirá a oscuras. Y mientras tanto, los mismos funcionarios que llevan años hundiendo el sistema culpan a las familias por “gastar mucho” en electrodomésticos, cuando en realidad apenas logran mantenerlos encendidos unas horas al día.
La desesperación se siente en las calles, en las casas y hasta en las azoteas donde muchos intentan dormir buscando un poco de aire fresco. El pueblo está agotado, cansado de promesas y sin fe en un régimen que solo sabe ofrecer apagones y justificaciones.