Mercedes Rojas volvió a sonreír como una niña. Y no fue por un lujo extravagante, sino por cumplir uno de esos deseos que, en cualquier país normal, sería cosa de todos los días: visitar el bar cultural Submarino Amarillo, en pleno Vedado habanero. Pero en la Cuba de hoy, hasta un simple paseo se convierte en toda una hazaña.
La emotiva escena se conoció gracias al músico Dagoberto Pedraja, exguitarrista de la legendaria banda Los Gens, quien compartió el momento en redes sociales y lo describió con una frase que dice mucho: “Mira cómo el amor engendra la maravilla”.
En las imágenes, Mercedes aparece radiante frente a la icónica puerta amarilla. En otra foto, sostiene un cartel donde escribió sus tres deseos, tan humildes como reveladores de la crisis que golpea a los cubanos de a pie: “Pasear en coche, ir al Submarino Amarillo y comer pechuga de pollo”.
Sueños pequeños en un país roto
Lo que en otro lugar sería rutina, para una jubilada en Cuba es casi imposible. Con pensiones que apenas alcanzan para sobrevivir, ancianos como Mercedes ven cómo sus necesidades más básicas se convierten en lujos. Por eso existen proyectos como Aliento de Vida, que desde hace diez años ayuda a cumplir los modestos sueños de adultos mayores que no pueden pagar ni un café con leche, mucho menos un almuerzo decente.
Gracias a la solidaridad de cubanos dentro y fuera de la isla, Mercedes pudo sentarse en el Submarino Amarillo, disfrutar de buena música y, aunque fuera por un rato, sentirse viva y feliz. Un pequeño logro que denuncia una gran realidad: el abandono de los ancianos por parte del régimen.
Una sonrisa que habla por todos
La imagen de Mercedes conmovió a cientos en Facebook, generando mensajes de ternura y respeto. Su alegría se ha convertido en símbolo de cómo la empatía y la unión pueden devolver esperanza en medio del desastre económico que sufren los más vulnerables.
Pero también deja una verdad amarga: en Cuba, llegar a viejo significa soñar con lo que debería ser básico. Mientras el régimen gasta millones en propaganda y represión, los abuelos sueñan con un pedazo de pollo o una tarde de música. Y esa es la mayor condena para un sistema que se vendió como «humano» y «solidario», pero dejó a su pueblo sobreviviendo de milagro.