En plena crisis interna y con el pueblo cubano pasando más trabajo que un buey en plena zafra, Miguel Díaz-Canel decidió sacar pecho y declarar su apoyo incondicional a Nicolás Maduro, justo cuando Estados Unidos ha desplegado destructores y buques anfibios frente a las costas venezolanas.
El gobernante cubano escribió en su cuenta de X que Cuba ofrece “toda la solidaridad y el apoyo” a la llamada Revolución Bolivariana, liderada por su socio venezolano. Además, aseguró que la unión cívico-militar en Venezuela derrotará “las amenazas imperialistas”, repitiendo la misma cantaleta de siempre para justificar la represión y la miseria que ambos regímenes han sembrado.
Mientras tanto, Washington no se anda con rodeos: duplicó la recompensa por la captura de Maduro, elevándola a la asombrosa cifra de 50 millones de dólares. A esto se suma la movilización de más de 4,000 efectivos, incluyendo marines, con capacidad para operaciones anfibias. Aunque el Pentágono afirma que la misión es parte de la lucha contra el narcotráfico, tanto Caracas como La Habana la califican de maniobra intervencionista.
Maduro, señalado por EE.UU. de dirigir el temido Cartel de los Soles y orquestar envíos masivos de cocaína, respondió rodeado de militares y con su acostumbrado discurso desafiante. Según él, cualquier intento de captura podría significar “el fin del imperio americano”. Para completar el cuadro, ordenó la movilización de millones de milicianos para “defender mares, cielos y tierras”.
Con este panorama, Cuba se coloca una vez más como el escudo político del chavismo, demostrando que la suerte de ambos dictadores está amarrada. Lo curioso es que, mientras Díaz-Canel gasta energías en respaldar a su aliado extranjero, la isla sigue hundida en apagones, escasez y una crisis humanitaria que no tiene para cuándo acabar.