El poblado de El Yabú 4, en la carretera de Santa Clara a Sagua, amaneció sacudido por una noticia que ha dejado a todos con un nudo en la garganta. Una joven de apenas 21 años, miembro de la Policía Nacional Revolucionaria, decidió acabar con su vida tras una fuerte discusión con su pareja, quien también pertenece a las fuerzas del orden.
El drama ocurrió en horas de la tarde y tuvo un inicio que parecía no pasar a mayores. La muchacha intentó lanzarse desde un tercer piso, pero fue detenida a tiempo. Sin embargo, segundos después, tomó su arma reglamentaria y se disparó frente a sus propios padres, poniendo fin a su vida de manera desgarradora.
Vecinos y amigos, que la conocían como una joven querida en su comunidad, siguen sin poder creer lo sucedido. Las preguntas se acumulan: ¿qué pudo llevarla a tomar una decisión tan extrema? ¿Acaso las presiones de la vida cotidiana en Cuba, sumadas a la carga emocional de su trabajo, terminaron por quebrarla?
En este caso, como en muchos otros, queda al descubierto la realidad de quienes sirven al régimen. La policía no escapa de la miseria, el estrés y la falta de apoyo psicológico que azotan a la población. El uniforme no los protege de la crisis; al contrario, muchas veces los hunde más en un sistema que exige obediencia, pero no ofrece alivio ni esperanza.
La reacción oficial tampoco sorprendió: en cuestión de minutos llegaron patrullas y vehículos del régimen, un despliegue que nunca ocurre cuando el dolor golpea a un ciudadano común. El silencio institucional es abrumador, porque admitir la verdad significaría aceptar que Cuba es hoy un país donde la desesperanza está empujando a los jóvenes —incluso a los que juraron “proteger”— a la muerte.