La Habana volvió a ser escenario de polémica tras un ritual afrocubano con sacrificio de animales frente a una capilla católica, hecho que desató indignación y debate en redes sociales. El propio sacerdote cubano Lester Rafael Zayas Díaz fue quien denunció lo ocurrido, asegurando que jamás podrá “normalizar lo que no puede ser normalizado”.
Zayas relató que, al terminar la misa, se encontró con una escena espantosa: ocho jicoteas agonizando y desangrándose junto a dos gallos blancos muertos, tirados bajo una palma justo en la entrada de la capilla. Ese espacio, además, es usado para atender a embarazadas, niños, ancianos y enfermos que dependen de la ayuda de la parroquia. “Allí, a la vista de todos, se desangraban los animales mientras los gallos esperaban su putrefacción”, expresó el sacerdote, consternado.
El religioso explicó que, horas antes, había visto a tres personas preparando el ritual en el mismo lugar. Les pidió que no dejaran restos de animales, a lo que respondieron que no lo harían. La promesa, como era de esperarse, se incumplió. Entonces, Zayas lanzó preguntas que retumban más allá del templo: “¿Es legal sacrificar jicoteas? ¿Dónde las venden? ¿No es maltrato animal dejarlas agonizantes?”.
Pero el tema va más allá del maltrato. El cura centró su crítica en la permisividad del Estado, que mira para otro lado frente a estas prácticas, mientras reprime cualquier gesto de fe católica o expresión ciudadana que no cuadre con el discurso oficial. “¿Puedo yo sacar la imagen de la Virgen de la Caridad y ponerla bajo la palma durante la novena, con el mismo derecho?”, cuestionó con ironía.
Aunque aclaró que su crítica no se dirige contra una religión específica, Zayas fue tajante: “No puedo respetar lo que colabora con el espanto y el horror”. Y para que no quedara duda, acudió directamente a la sede del Partido Comunista que queda justo frente al lugar del suceso. Allí, los funcionarios lo escucharon con una sonrisa burocrática y dijeron que trasladarían la queja a la Asociación Cultural Yoruba de Cuba, institución bajo control estatal.
El sacerdote, al frente de la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús en El Vedado, recordó que es responsabilidad del régimen garantizar la convivencia y el respeto en los espacios públicos. Pero dejó caer una verdad que duele: “¿Las autoridades están para regular esto, o solo se mueven rápido para arrancar carteles incómodos que reflejan el clamor del pueblo?”.
Lo sucedido es apenas un reflejo de la gran contradicción en la isla: un país donde conviven distintas creencias y espiritualidades, pero en el que la libertad de culto, el respeto mutuo y la verdadera convivencia están secuestrados por un Estado que regula según su conveniencia política. Mientras tanto, el pueblo cubano sigue atrapado entre la desidia oficial y el uso arbitrario de las leyes.