El régimen cubano volvió a mover sus fichas en el tablero internacional, y esta vez lo hizo colocando en Caracas a uno de sus hombres más temidos del aparato represivo. Jorge Luis Mayo Fernández, oficial de la inteligencia cubana (G2) señalado por espionaje y persecución política, fue nombrado como nuevo embajador en Venezuela, un puesto clave para garantizar la supervivencia del castrismo.
La noticia quedó oficializada en la Gaceta de la República de Cuba, donde se confirmó el relevo de Dagoberto Rodríguez Barrera, quien terminó su misión en tierras venezolanas. Pero a diferencia de un simple cambio diplomático, este movimiento destapa la verdadera estrategia del régimen: mantener bajo control a su socio más importante en América Latina.
Mayo Fernández no llega con un perfil neutral ni mucho menos. Su nombre aparece en listados internacionales de represores, señalado por brindar asesoría en métodos de represión y por su participación en violaciones de derechos humanos. Desertores del propio aparato lo han identificado como oficial del departamento M-II, especializado en operaciones en América Latina y el Caribe. En otras palabras, un hombre de confianza para garantizar que Caracas siga siendo un satélite obediente de La Habana.
El flamante embajador ya conoce bien el terreno. Desde 2021 ejercía como Segundo Jefe de la embajada cubana en Venezuela, donde jugó un rol protagónico en la coordinación de programas como la Misión Médica Cubana y la llamada Misión Barrio Adentro. En actos públicos se le veía como representante oficial de La Habana, consolidando el control político disfrazado de cooperación.
Su currículum está marcado por la sombra del espionaje. Antes fue embajador en Nicaragua y también trabajó bajo cobertura diplomática en Nueva York, Argentina y la propia Venezuela. Ahora, su ascenso confirma la línea dura: Cuba no envía diplomáticos, envía agentes para vigilar, controlar y asegurar beneficios económicos y políticos.
El eje La Habana–Caracas sigue siendo vital. Petróleo subsidiado, respaldo político en foros internacionales y un espacio de operaciones para el G2. Por eso, para muchos en el exilio, este nombramiento no deja dudas: el castrismo prioriza la seguridad de su sistema y el control social por encima de cualquier noción de diplomacia real.
Con Mayo Fernández en la embajada, queda claro que la relación entre Cuba y Venezuela no se basa en la amistad entre pueblos, sino en un pacto de poder cimentado en represión, espionaje y dependencia mutua. Y una vez más, quienes pagan el precio de esa alianza oscura son los ciudadanos comunes, condenados a sufrir gobiernos que los utilizan como peones de su estrategia de sobrevivencia.