El pequeño pueblo de Chambas, en Ciego de Ávila, volvió a convertirse en un verdadero campo de batalla… pero tranquilo, no de balas ni de bombas, sino de luces, fuego y pura tradición cubana. Este fin de semana, el cielo ardió con explosiones de pólvora que hicieron vibrar cada rincón del pueblo, dejando claro que las Parrandas de Chambas son mucho más que una simple fiesta: son una declaración de identidad.
A primera vista, cualquiera que llegue desprevenido podría pensar que está en medio de una guerra: columnas de humo, estruendos que sacuden el suelo y fogonazos que iluminan la noche. Pero la realidad es otra. Se trata de una de las celebraciones más queridas por los chambaseros, reconocida incluso como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Y créeme, cuando empieza la parranda, no hay apagón ni crisis que detenga la alegría.
Durante tres noches mágicas de agosto, el pueblo entero se divide en dos bandos históricos: El Gallo (La Norte, con el rojo) y El Gavilán (La Narcisa, con el azul). Pero ojo, no hay violencia ni malas intenciones; la pelea aquí se libra con creatividad, música, fuegos artificiales y carrozas monumentales que parecen sacadas de un cuento. La rivalidad es fuerte, pero sana, y al final todos celebran juntos con el corazón latiendo al ritmo de la conga.
Los hombres del pueblo se convierten en verdaderos ingenieros de la pólvora, armando baterías de cohetes que más tarde retumbarán en el cielo. El resultado: un espectáculo donde la noche se ilumina como si fuera de día. Y mientras los estallidos hacen temblar a kilómetros de distancia, las carrozas gigantes ruedan como palacios ambulantes, rodeadas de música, baile y una energía que contagia hasta al más serio.
En redes sociales, los testimonios se multiplican. Una cubana lo resumió de forma perfecta: “Las Parrandas de Chambas no son solo un espectáculo, son nuestra identidad, la pasión que nos recuerda quiénes somos”. Y es que detrás de cada explosión de pólvora y cada baile callejero, está la fuerza de un pueblo que se resiste a perder lo suyo, incluso cuando la crisis económica aprieta más fuerte que nunca.
No olvidemos que esta tradición viene desde 1935, inspirada en las Parrandas de Remedios, y que ha sobrevivido a apagones, escasez y dificultades de todo tipo. Cada agosto, Chambas revive con un derroche de creatividad que no entiende de carencias: carrozas enormes, fuegos artificiales que cortan la respiración y comparsas que ponen a todo el mundo a bailar en medio del humo y las chispas.
Lo más lindo es que no se queda en el pueblo. Muchos chambaseros que viven fuera mandan dinero o incluso viajan solo para no perderse la fiesta de sus vidas. Porque la parranda no es solo una tradición, es una forma de resistencia cultural, un recordatorio de que la identidad cubana late fuerte, aunque el país esté atravesando sus peores momentos.
En Chambas, el estruendo no es sinónimo de guerra: es un grito de vida. Abuelos, jóvenes y niños se mezclan en una celebración que rompe la rutina y convierte la escasez en olvido por unas noches. Así, entre humo, colores y música, las Parrandas de Chambas siguen demostrando que Cuba no se rinde, que la alegría también es una forma de luchar y que, pase lo que pase, siempre habrá motivos para celebrar.