La historia de Khuan Alberto Leyva Garsiya parece sacada de una película, pero lamentablemente fue real. Este joven de 27 años, hijo de un cubano que emigró a Ucrania hace décadas, acaba de recuperar su libertad después de haber pasado más de tres años como prisionero en manos rusas. Su captura ocurrió en mayo de 2022, en plena batalla por la planta de acero Azovstal en Mariúpol, un símbolo de la resistencia ucraniana.
El pasado 14 de agosto, su nombre apareció en la lista de 33 militares y 51 civiles liberados por Moscú en un intercambio de prisioneros. Para su familia, la noticia fue un renacer. Su madre, Laritza, confesó que solo pudo creerlo cuando escuchó su voz al teléfono. “Como dijo un compañero suyo, el sol salió dos veces. El sol salió en mi casa dos veces”, expresó entre lágrimas.
El intercambio en el que salió libre Leyva fue apenas el primero de dos realizados en agosto. El segundo ocurrió el día 24, una fecha cargada de simbolismo para los ucranianos, ya que marca la independencia del país de la Unión Soviética en 1991. Estos canjes, aunque insuficientes frente a la magnitud de la guerra, representan pequeños rayos de esperanza para miles de familias que aún esperan noticias de sus seres queridos.
La historia de Leyva comenzó cuando, en febrero de 2022, decidió unirse al ejército ucraniano tras el inicio de la invasión rusa. Apenas tres meses después, quedó entre los últimos defensores que resistieron en Azovstal hasta que, sin recursos, se rindieron. Desde entonces, la incertidumbre marcó la vida de su madre, quien confesó haber vivido entre la angustia y la fe de volver a verlo con vida.
Pero esta liberación no se da en un vacío. Mientras los prisioneros regresan a sus hogares, la diplomacia internacional sigue moviendo fichas. El 18 de agosto, Donald Trump recibió en Washington al presidente Volodímir Zelenski junto a líderes europeos, con la idea de abrir un canal de negociación con Moscú. Horas antes, el mismo Trump se había reunido con Vladímir Putin en Alaska. Movidas que parecen de ajedrez en medio de un conflicto que ya supera tres años sin final claro.
Para entender el trasfondo, hay que recordar que Rusia no solo anexó Crimea en 2014, sino que desde 2022 se adueñó de enormes extensiones de territorio ucraniano: Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, además de partes de Járkov y Nikolaiev. En total, Moscú controla casi el 27% de Ucrania, un territorio equivalente a toda la superficie de Cuba.
El objetivo de Putin es claro: cortar a Ucrania del Mar Negro y aislarla económicamente, obligando al país a depender de Rusia para acceder al comercio marítimo. A largo plazo, lo que busca es instalar un gobierno afín en Kiev y asegurarse de que Ucrania nunca entre a la OTAN. Una jugada geopolítica que mantiene al mundo en vilo, mientras historias humanas como la de Leyva nos recuerdan que detrás de los mapas y las estrategias, hay vidas que se juegan su destino día a día.