Cuando en Cuba se habla de apagones, ya no es una noticia: es parte del día a día. Pero lo que sí sorprendió a muchos fue que Leonardo Padura, uno de los escritores más reconocidos de la isla, confesara que acaba de instalar paneles solares en su casa de La Habana. El detalle que encendió la polémica es el precio: 4.000 dólares, una cifra que para la mayoría de los cubanos es simplemente inalcanzable.
En una entrevista con El País, Padura, que a sus 69 años sigue siendo un referente cultural dentro y fuera de Cuba, fue claro: “No todos pueden permitirse esto”. Y tiene toda la razón. En un país donde la gente sobrevive entre colas, escasez y apagones de más de 20 horas, solo unos pocos privilegiados pueden soñar con soluciones como esa.
Mientras la mayoría se las ingenia para enfrentar la crisis energética —unos piden plantas eléctricas a sus familiares del extranjero, otros arman inventos con baterías recicladas y hasta hay quienes recurren al robo en empresas estatales—, Padura encontró su salida en la energía solar. Un lujo, sí, pero también una forma de asegurar que sus días de trabajo literario no se apaguen con el “se fue la luz”.
El autor de El hombre que amaba a los perros regresa ahora con su nueva novela, Morir en la arena, que se publicará el 28 de agosto. En esta obra, Padura explora la fractura personal y social de varias generaciones de cubanos, a través de la vida de Rodolfo, un hombre marcado por la guerra de Angola y una tragedia familiar. Una metáfora de lo que es Cuba hoy: un país atrapado entre los recuerdos del sacrificio revolucionario y la crudeza de la miseria actual.
“Con el correr del tiempo, lo primero que sienten es que vuelven a pisar mierda”, dice uno de los pasajes más duros de la novela. Y vaya si refleja la sensación general en la isla. Padura, aunque pesimista sobre el futuro, sigue siendo una voz que incomoda al régimen. Reconoce que las formas de censura cambiaron, pero no desaparecieron. Desde la excusa de la falta de papel hasta la marginación interna, lo cierto es que sus libros circulan más en el extranjero que en Cuba, donde aún pesa el control oficial.
La paradoja es brutal: la generación que creció con discursos de sacrificio ahora depende de las remesas para sobrevivir. Padura lo sabe y lo denuncia en sus textos. Al mismo tiempo, no oculta su desencanto: “El presente está tan deprimido que necesariamente tiene que haber algo que ocurra, no sé si para mejor o peor”. En otras palabras, Cuba vive en un eterno signo de interrogación.