El primer ministro Manuel Marrero Cruz rompió el silencio sobre un tema que el régimen lleva décadas escondiendo bajo la alfombra: los mendigos en Cuba. Aunque no se atrevió a llamarlos por su nombre, reconoció que se trata de “un problema real que tenemos”, una admisión que evidencia lo insostenible de la mentira oficial.
El viernes, Marrero se apareció en el Centro de Protección Social Rivera San Juan, en Matanzas, para tomarse fotos y vender la visita como otra de esas “iniciativas” del régimen para atender a la creciente población de deambulantes, como ellos prefieren llamarlos. Pero, más que una solución, el espectáculo volvió a mostrar la fórmula de siempre: promesas vacías y maquillaje propagandístico.
El centro, inaugurado en agosto, presume capacidad para 50 personas y un supuesto enfoque en quienes viven en la calle. Sin embargo, detrás del discurso oficial, lo que hay es pura fachada. Marrero, con su retórica ensayada, habló de “puntualizar conceptos” y de “poner a cada persona en el lugar adecuado”. Palabras huecas para un pueblo que lleva años viendo cómo sus ancianos y marginados sobreviven entre la basura, sin atención médica ni esperanza de reinserción.
Como era de esperar, en redes sociales los comentarios no se hicieron esperar. Varios matanceros denunciaron que, justo durante la visita, las zonas con apagones de hasta 24 horas recibieron electricidad como por arte de magia. Una escenografía bien montada para que la foto oficial luzca perfecta, aunque la realidad siga siendo hambre, miseria y abandono.
El gobierno insiste en vender estos centros como muestra del “carácter humanista” de la revolución, pero las calles cuentan otra historia. Cada día se ven más mendigos, ancianos desamparados y personas marginadas que sobreviven en condiciones infrahumanas. El contraste entre el discurso y la realidad es brutal: mientras el poder habla de vulnerables y deambulantes, sigue negando la existencia de mendigos en la Isla.
El cinismo no es nuevo. Basta recordar a Marta Elena Feitó, exministra de Trabajo y Seguridad Social, que en julio desató un escándalo al afirmar que en Cuba “no existen mendigos” y que los que lo parecían eran simples “simuladores” o “borrachos”. Su arrogancia fue tal que terminó renunciando apenas dos días después, aunque el daño político ya estaba hecho.
Hoy los propios informes oficiales reconocen que más de 310.000 cubanos viven en pobreza o vulnerabilidad social, un número que desnuda el fracaso del régimen para garantizar lo más básico. El pueblo lo sabe y lo repite: el gobierno prefiere esconder la pobreza en lugar de enfrentar sus causas. Cambian los nombres, inventan eufemismos, pero las imágenes de ancianos sin techo y jóvenes durmiendo en portales desmienten la farsa.
Incluso la prensa provincial, que hasta hace poco repetía el guion oficial, ya no puede tapar la realidad. El periódico Girón describió las condiciones de los llamados deambulantes en Jagüey Grande, mostrando que esos centros que el régimen exhibe como logros sociales en realidad se parecen más a “cementerios de hombres vivos”.
El problema de los mendigos en Cuba es solo la punta del iceberg. Lo que se vive en las calles es la evidencia más clara de un sistema que ha fallado en proteger a los más vulnerables. Mientras los dirigentes posan frente a cámaras con sonrisas ensayadas, la pobreza sigue creciendo como una epidemia silenciada. Y la supuesta “revolución humanista” no pasa de ser un teatro de cartón.