Manuel Marrero volvió a aparecer en titulares, esta vez desde Pinar del Río, donde visitó un centro para personas sin hogar. El gobierno lo llama con un eufemismo elegante: “personas con conducta deambulante”. Pero ya sabemos que no es más que indigencia, un fenómeno cada vez más visible en las calles de Cuba, pese a los intentos oficiales de maquillarlo con recorridos y discursos “humanistas”.
Después de participar en el acto nacional por el inicio del curso escolar, el primer ministro se trasladó a la cabecera provincial y, como parte de su agenda, incluyó una parada en el Centro de Atención a Personas con Conducta Deambulante, un lugar con capacidad para apenas 20 personas. Allí, Marrero volvió a repetir el mismo guion: hablar del “carácter humanista” de estos centros y asegurar que el gobierno se preocupa por los más vulnerables.
Pero lo que vemos a diario los cubanos es otra cosa. Porque mientras las cámaras lo siguen en estos paseos oficiales, en las calles abundan ancianos, enfermos mentales y hasta familias enteras durmiendo en bancos, sobreviviendo entre la basura y la indiferencia estatal.
Este recorrido no es un hecho aislado. Ya en meses anteriores, Marrero se había dejado ver en instalaciones similares en Matanzas y Ciego de Ávila, justo después de que la exministra de Trabajo, Marta Elena Feitó Cabrera, desatara un escándalo al negar la existencia de mendigos en Cuba. La ola de críticas fue tan fuerte que terminó presentando su renuncia. Desde entonces, el gobierno parece estar en “operación maquillaje”, tratando de demostrar preocupación por un problema que salta a la vista.
El contraste entre el discurso y la realidad es tan grande que raya en lo absurdo. En Matanzas, por ejemplo, los vecinos notaron cómo de pronto volvió la electricidad en barrios apagados justo cuando Marrero estaba de visita. Apenas se fue, regresaron los apagones. ¿Casualidad? Nadie lo cree. Más bien refuerza la idea de que cada recorrido es un show preparado para la foto, no una verdadera solución.
El primer ministro reconoció hace poco que la indigencia es “un problema real que tenemos” y prometió dar “tratamiento adecuado” a cada caso. Pero los testimonios apuntan a que estos centros no son espacios de reinserción social, como dice el discurso oficial, sino lugares de reclusión forzosa, precarios y sin salida real.
Y lo peor es que todo esto ocurre en un país donde informes independientes aseguran que más del 80% de la población vive en pobreza. Con semejante panorama, la indigencia no es un fenómeno aislado ni un error del sistema: es la consecuencia directa de una crisis que ya no puede esconderse detrás de recorridos oficiales ni frases prefabricadas.