El inicio del curso escolar en Cuba siempre llega cargado de propaganda oficial, discursos de “conquistas” y sonrisas en televisión. Pero detrás de esa fachada hay realidades mucho más duras. Una de ellas es la historia de Félix Berto, un niño de apenas seis años diagnosticado con autismo moderado y discapacidad intelectual, que quedó fuera de las aulas porque el Ministerio de Educación decidió negarle la matrícula en una escuela especializada.
Su madre, Yislainet Lara, doctora en Estomatología, no se quedó callada y denunció el hecho públicamente en redes sociales. Acompañó sus palabras con la foto de su hijo vestido con su uniforme escolar, lista para un primer día que nunca llegó. En su mensaje fue contundente: “El Ministerio de Educación de Cuba decidió ignorar, arrebatando así su derecho legítimo y universal de asistir a una institución”.
Con el corazón en la mano, Yislainet pidió que el mundo conociera lo que está ocurriendo, calificando la decisión como una injusticia y una clara violación a los derechos del niño y de las personas con discapacidad. Y no exagera: incluso presentó en sus publicaciones el certificado médico que avala el diagnóstico de Félix Berto, documento que debería ser suficiente para garantizarle un lugar en una escuela especializada.
Pero las autoridades educativas dieron una respuesta que duele: enviaron al niño de vuelta a casa, alegando que sería la comunidad —y no un centro escolar— la que se encargaría de su atención. La madre no pudo contener su indignación y lo expresó en un video: “Es como arrancarle muy temprano a estos niños su posibilidad de despertar en algún momento, por lo menos durante la primaria, para que puedan mejorar”.
En sus declaraciones recordó que incluso en casos más graves, como la parálisis cerebral infantil, en muchos países los niños tienen derecho a ser escolarizados. ¿Por qué entonces se le niega a su hijo esa oportunidad? Su mensaje fue claro: seguirá luchando por Félix porque sabe que lo necesita y porque desde muy pequeño ha recibido estímulos en instituciones fuera de casa. Para ella, la escuela no es un lujo, es la clave para que su hijo pueda avanzar.
Mientras tanto, la propaganda oficial pintaba otro escenario: Miguel Díaz-Canel celebraba en X el inicio del curso escolar como una de las “más hermosas conquistas de la Revolución”, y el canciller Bruno Rodríguez decía que “la alegría inunda nuevamente las escuelas cubanas” con más de un millón y medio de estudiantes incorporados a clases.
Pero la realidad de Félix Berto demuestra lo contrario: un sistema que se jacta de ser inclusivo, pero que en la práctica deja a un niño con autismo fuera del aula. Una contradicción dolorosa que refleja cómo en Cuba la fiesta oficial de la educación no siempre incluye a todos.