La crudeza de la miseria en Cuba volvió a quedar expuesta cuando una madre con tres niños pequeños llegó a la casa del humorista y filántropo Limay Blanco, en La Habana, pidiendo algo de comer. El propio Limay compartió la escena en redes sociales, mostrando su impotencia ante la realidad que viven miles de familias en la Isla.
“Yo estoy igual o peor que ustedes”, confesó el artista en un video, aclarando que tampoco tiene grandes cantidades de alimentos ni dinero guardado. La mujer, cargando a uno de sus hijos, le insistió que no pedía plata, sino comida. “¿De dónde? Yo no tengo”, le respondió inicialmente, mientras enseñaba un cartel en su puerta donde se leía: “Aviso: en estos momentos no estoy atendiendo a nadie. Dios los bendiga”.
Pero la desesperación pudo más. Limay terminó abriéndole las puertas y revisó qué podía ofrecer. No tenía arroz suficiente para compartir, pero le entregó confituras que habían quedado de una actividad reciente de su ministerio, donde llegó a alimentar a más de 300 personas. La mujer explicó que vive en Guanabacoa, una de las tantas zonas olvidadas por el régimen.
El peso de la miseria y el abandono
Horas más tarde, Limay amplió detalles en una directa. Admitió sentirse “estresado y agotado” por la avalancha de peticiones de ayuda que recibe a diario. Aclaró, además, que la mujer ya había sido asistida antes con canastillas, ropa, comida y juguetes. Según relató, ella sobrevive con apenas 3,000 pesos mensuales (unos mil por cada hijo), luego de que su esposo la abandonara tras emigrar a Brasil.
Frente a quienes critican la apariencia de la madre o el hecho de tener tres hijos, Limay fue tajante: “Los niños no son una maldición. Son una bendición”. También adelantó que este sábado organizará una actividad para bendecirla públicamente y entregarle alimentos comprados gracias a las donaciones que comenzaron a llegar tras la difusión del caso.
Solidaridad ciudadana frente a la indolencia del régimen
En lo que va de su proyecto “Cristo Cambia Vidas”, el humorista ha entregado 46 casas y sueña con alcanzar la número 48, siempre que logre reunir fondos. “No tengo la solución de darte un tanque de agua, pero sí puedo ofrecerte un vasito, con mucho cariño”, expresó con humildad.
Sin embargo, su labor no está libre de sinsabores. En mayo pasado confesó su decepción al enterarse de que una mujer, beneficiada con una vivienda, se refirió con desprecio a la ayuda recibida: “De madre la mierda de casa que Limay me dio”. Aun así, asegura que seguirá adelante, convencido de que lo importante es la enseñanza, no el agradecimiento.
Ya en enero, otro gesto lo conmovió: una mujer del barrio El Tamarindo, que vivía en una casita improvisada, donó alimentos a otra madre en apuros. Incluso en la miseria más dura, hay quienes comparten lo poco que tienen.
La otra cara de la realidad cubana
La historia de esta madre no es un caso aislado. Es el reflejo del abandono estatal y la pobreza estructural que asfixian a la población. Mientras el régimen gasta recursos en desalojos forzosos y campañas de control social, son ciudadanos comunes como Limay quienes intentan, con lo poco que tienen y el apoyo de donantes, tapar los huecos que deja un sistema podrido y cruel, incapaz de proteger a los más vulnerables.
En un país donde el gobierno prefiere la represión antes que la compasión, la verdadera esperanza nace de la solidaridad entre cubanos, no de las promesas huecas de los que viven en el poder.