Si pensabas que las calles de Centro Habana ya habían visto de todo, espera a escuchar esta historia. En plena esquina de Belascoaín y San Miguel, un edificio ruinoso parece sacado de una película de terror: paredes carcomidas, basura acumulada y un peligro latente de derrumbe… sin una simple valla que alerte a los transeúntes. Todo esto en medio de la ciudad, a la vista de miles de habaneros que pasan a diario.
El tema explotó en redes sociales gracias a Carlos Espinosa Betancourt, quien compartió fotos impactantes en el grupo de Facebook Maravilloso Malecón. La escena fue descrita como “apocalíptica” y hasta comparada con un set de zombies. Para colmo, la fotógrafa Marta Rojas reforzó la denuncia mostrando la magnitud del abandono. El resultado: imágenes que parecen sacadas de un videojuego de terror… pero no, es la cruda realidad de la capital cubana.
Lo más indignante es que esta no es una novedad. El problema lleva años empeorando, mientras los vecinos observan cómo el inmueble se convierte en una trampa mortal. La basura, los escombros y el deterioro estructural conviven con la indiferencia total de las autoridades locales, como si nada pasara.
Y ojo, esto no es un simple rumor. En febrero de 2020, la propia prensa oficialista —sí, Juventud Rebelde— recogió la queja de Elvira López Peña, quien alertaba del peligro que representaba el inmueble para peatones y choferes. En su carta a la sección Acuse de Recibo, describió cómo los ómnibus del P9 y el P6, además de pesados camiones, pasan constantemente por Belascoaín, haciendo temblar la calle y multiplicando el riesgo de un derrumbe fatal.
Lo triste es que la advertencia no era exagerada. Basta recordar el hecho que estremeció a Cuba en 2020: tres niños de 10 y 11 años murieron en Jesús María después de que un balcón en ruinas se desplomara sobre ellos. Esa tragedia dejó en claro que no se trata de una amenaza abstracta, sino de un peligro real que ya ha cobrado vidas.
Hoy, cuatro años después, la historia parece repetirse. Los vecinos conviven con la angustia de pasar junto a un edificio que se cae a pedazos, sin protección ni soluciones, mientras esperan que no ocurra otra desgracia que luego se llene de flores y discursos tardíos.
La pregunta que queda flotando es simple pero dolorosa: ¿cuántas vidas más deben perderse para que se atiendan de verdad estas bombas de tiempo en el corazón de La Habana?