En Cuba, hay cosas que parece que no cambian nunca, aunque el tiempo pase. Una de ellas son los famosos Comités de Defensa de la Revolución (CDR), esa organización que por más de seis décadas ha estado presente en cada cuadra del país. Ahora, a pocos días de que cumplan 65 años de creados, Gerardo Hernández Nordelo, coordinador nacional y exespía del famoso grupo de Los Cinco, ha lanzado un reto enorme: convencer a los cubanos de que los CDR todavía son “útiles”.
Sí, tal cual. En la presentación del programa de actividades por el aniversario, Hernández dijo con toda seriedad: “Tenemos que demostrarle a los cubanos que los CDR somos una organización útil, que está en el barrio”. La frase, aunque rimbombante, llega en un momento en que la mayoría de los ciudadanos siente exactamente lo contrario: que los CDR se quedaron en el pasado y que, más que ayudar, se han convertido en un recuerdo incómodo de vigilancia vecinal.
Para tratar de darle vida a la cosa, Gerardo anunció que emprenderán “100 tareas por el centenario de Fidel Castro”, sumándose a la campaña que el régimen ha desplegado hasta 2026 para glorificar la figura del dictador. O sea, no solo es un esfuerzo por “revitalizar” los CDR, sino también un intento de montarse en la ola fidelista que sigue sirviendo de escudo ideológico al gobierno.
Hernández incluso soltó una frase que retrata bien la esencia de su discurso: “Nadie que se considere revolucionario puede vivir en una calle donde el CDR no funcione y no asuma la responsabilidad de hacerlo funcionar”. En pocas palabras: si no apoyas al comité, entonces no eres lo suficientemente “fidelista”.
Pero el problema es que los CDR llevan años cuesta abajo. En muchos barrios la estructura está debilitada, y en otros, simplemente ya no existen. Lo que antes se presentaba como “unidad” hoy se ve como apatía, envejecimiento y falta de interés, sobre todo entre los jóvenes.
Recordemos que, desde su creación en 1960, los CDR no solo organizaron festividades o recogida de materias primas, sino que fueron el mecanismo más eficaz de control social: listas negras, delaciones, vigilancia a opositores y campañas de señalamiento público. Ese pasado es lo que pesa sobre ellos y lo que explica que cada vez menos gente se identifique con la organización.
Ahora, con una Cuba hundida en crisis económica, desconfianza y hartazgo social, Gerardo Hernández tiene un reto mayúsculo: demostrar que los CDR pueden ser algo más que una reliquia del castrismo. Pero siendo realistas, en un país donde la prioridad de la gente es buscar comida, medicinas y escapar del apagón, convencer a alguien de que los CDR son “útiles” parece misión imposible.