La noche del 4 de septiembre en Santiago de Cuba terminó en tragedia. Un hombre perdió la vida al intentar extraer aceite dieléctrico de un transformador en la Carretera de Siboney, un hecho que no solo lo fulminó al instante, sino que también dejó sin luz a toda la comunidad. El suceso refleja hasta dónde llega la desesperación de los cubanos, obligados a jugarse la vida en busca de alternativas para sobrevivir.
La Empresa Eléctrica provincial confirmó en redes sociales que la víctima hizo contacto con el cierre de la estrella del equipo, lo que desató el accidente fatal y provocó la interrupción del servicio en la finca La Fortaleza, donde los vecinos seguían a oscuras al cierre de la información.
El aceite de transformador, conocido como dieléctrico o mineral, es vital para refrigerar y aislar los sistemas eléctricos. Su sustracción no solo provoca apagones y fallos, también puede generar explosiones e incendios, además de ser altamente tóxico para la salud. El caso, dijeron, está bajo investigación, aunque todos saben que detrás no hay misterio: la miseria empuja al pueblo a estas prácticas mortales.
Mientras las autoridades intentan presentar estos hechos como simples delitos que dañan a la “comunidad” y ocasionan pérdidas al país, la realidad es mucho más clara: la culpa no es del pueblo, sino de un sistema incapaz de garantizar combustible, electricidad ni condiciones mínimas de vida digna.
El periodista independiente Yosmany Mayeta Labrada lo resumió en su perfil: “No es un hecho aislado ni fruto solo de la desesperación individual: es la consecuencia directa de un sistema en ruinas que obliga a la gente a arriesgarlo todo para sobrevivir”.
Y no le falta razón. El aceite dieléctrico no es un combustible doméstico, manipularlo puede matar al instante y su ausencia en los equipos genera apagones que afectan a miles. Pero cuando la gente no tiene luz, ni gas, ni dinero para cocinar, la desesperación convierte hasta el veneno en esperanza.
No es la primera vez que ocurre. En noviembre pasado, el robo de 300 litros de este aceite dejó sin electricidad a la comunidad de Dos Caminos, en San Luis. Semanas después, un vecino de Contramaestre fue detenido por vender el mismo aceite robado en Las Américas.
El régimen responde siempre con el mismo libreto: mano dura, castigo y discurso moralista. Pero el verdadero crimen no está en los transformadores, sino en un país que vive apagado por culpa de un gobierno incapaz de darle luz a su gente.