En la reciente Cumbre 2025 de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), celebrada en Tianjin, China, todas las miradas apuntaron a un detalle curioso pero muy revelador: la llamada “primera dama” de Cuba, Lis Cuesta Peraza, estuvo completamente ausente de la reunión protocolaria de esposas de líderes extranjeros.
El encuentro fue encabezado por Peng Liyuan, esposa del presidente chino Xi Jinping, quien recibió con pompa y protocolo a las acompañantes de los mandatarios presentes. Hubo paseo en barco por el río Haihe, té tradicional, música con el sanxian —ese instrumento de tres cuerdas típico de la cultura china— y hasta niños agitando banderitas para dar la bienvenida. Todo bien calculado para el espectáculo diplomático.
Entre las asistentes estuvieron las esposas de los presidentes de Uzbekistán, Mongolia, Azerbaiyán y Turquía, además de las primeras damas de Armenia, Egipto, Malasia y Nepal. Hasta la hija del mandatario iraní Masoud Pezeshkian ocupó su puesto. Pero la silla cubana quedó vacía.
El detalle no pasó desapercibido. Cuba, aunque solo tiene estatus de observador en la OCS, sí estuvo representada por Miguel Díaz-Canel como “invitado especial”. Sin embargo, la ausencia de Lis Cuesta en este espacio femenino, que suele usarse como vitrina cultural y diplomática, reafirma la irrelevancia internacional del castrismo.
Mientras otras acompañantes mostraban orgullo por sus culturas y se proyectaban como parte activa del protocolo, el régimen cubano volvió a quedar en ridículo, retratado como lo que es: un convidado de piedra que llega mendigando apoyos y ofreciendo obediencia ciega a cambio de mantenerse dentro del club de las autocracias.
En redes sociales, la figura de Cuesta tampoco sale bien parada. Críticos apuntan que, cuando aparece, lo que genera es más choteo que respeto, señalada por su falta de gracia en actos oficiales y por ese “glamour” impostado que deja en evidencia su poca preparación para desempeñarse en escenarios internacionales.