La noche en Bayamo dejó una imagen dolorosa y muy reveladora: el Hospital Pediátrico Docente “General Luis Milanés Tamayo” quedó sumido en un apagón total, dejando a niños enfermos —algunos en estado delicado— a merced del calor sofocante y los mosquitos, justo en plena ola de dengue y chikungunya que azota la isla.
Mientras los pequeños sufrían entre la oscuridad y la falta de ventilación, a pocos kilómetros la historia era otra. Los negocios de los allegados a la cúpula dictatorial resplandecían con luces y música como si nada pasara. Algunos de esos locales están enganchados a líneas “protegidas”, las mismas que mantienen iluminadas las oficinas de ETECSA y otros organismos del régimen. Otros, más previsores, cuentan con potentes plantas eléctricas que garantizan que nunca les falte el confort.
El contraste es brutal. El pueblo, abandonado a su suerte en hospitales sin corriente ni condiciones mínimas, y la élite castrista disfrutando de privilegios blindados contra la crisis que ellos mismos han provocado.
Lo que ocurrió anoche en Bayamo no es un hecho aislado: es un retrato claro de la injusticia y el descaro del sistema, donde la vida de los más vulnerables vale menos que la rumba de los “nuevos ricos” de la dictadura.
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