La crónica energética cubana volvió a ponerse tensa. En la mañana de este 6 de septiembre, reportes ciudadanos apuntaron a que la patana turca Karadeniz Powership Cankuthan Bey se desconectó del Sistema Electroenergético Nacional (SEN), dejando un hueco más en una red ya hecha leña. No es un episodio aislado ni un susto pasajero: forma parte de una retirada en cámara lenta de las barcazas eléctricas que el régimen trajo para maquillar la crisis, y que ahora se van por impagos y falta de divisas, como reconoció el propio ministro de Energía y Minas a finales de 2024.
El éxodo empezó antes. El 6 de agosto se largó la Suheyla Sultan rumbo a México, un golpe duro porque era de las grandes del grupo. La salida quedó confirmada por medios independientes y por una nota posterior donde se alegaron “razones comerciales”; en paralelo, el Gobierno ya había admitido que “la ausencia de divisas” impedía honrar compromisos con el proveedor turco. Traducido del burócrata al cubano: no hay con qué pagar.
Para entender el tamaño del hueco, vale recordar que estas patanas llegaron a sumar más de 600 MW en los mejores momentos, repartidas entre varias unidades fondeadas en la bahía habanera y en otros puertos. La Cankuthan Bey (KPS-56), por ejemplo, fue incorporada a finales de 2024 y su operación se fue ajustando por etapas, mientras la Suheyla Sultan aportaba uno de los bloques más potentes del paquete. Con cada casco que se va, el déficit del SEN se dispara y los apagones se estiran como chicle.
El patrón ya estaba cantado. En diciembre de 2024, el ministro Vicente de la O Levy avisó en la Asamblea Nacional que “algunas barcazas saldrían de Cuba porque no se podían cumplir los compromisos de pago”. Desde entonces, la película solo ha tenido secuelas: en mayo pasado otra patana salió hacia Guyana, y en agosto la Suheyla Sultan soltó amarras. Lo de ahora con la Cankuthan Bey es otra ficha del mismo dominó, mientras el Gobierno repite consignas y la población sigue a merced del calor, los mosquitos y la oscuridad.
El relato oficial intenta vender transiciones “ordenadas” y “razones comerciales”, pero afuera y adentro se sabe que el talón de Aquiles es la plata: Cuba no está pagando a tiempo y las patanas —que operan con contratos en dólares y combustible asegurado— no funcionan a base de discursos. La crisis de caja del régimen es tan profunda que ni alquilar electricidad a flote ha sido sostenible, y cada desconexión nos devuelve a la realidad más cruda: el SEN no tiene respaldo, la generación térmica está en ruinas y la “continuidad” se quedó sin corriente.
¿El resultado? Más horas sin luz, más pérdidas en los hogares y en la economía, más niños y ancianos pasando trabajo. Mientras las barcazas turcas se van por la proa, el Gobierno sigue tirando la culpa a “eventualidades técnicas”, pero la causa es política y contable: años de mala gestión, endeudamiento impagable y contratos que no se pueden sostener. Así, cualquier “alumbrón” es flor de un día, y el apagón, desgraciadamente, es la norma.