El gobernante cubano Miguel Díaz-Canel aterrizó este 8 de septiembre en La Habana después de su gira por Asia, intentando vender la idea de que estuvo gestionando soluciones para la crisis eléctrica que asfixia a la isla. Desde su cuenta oficial en X aseguró que estaba “siguiendo atentamente” la situación del apagón masivo que dejó a toda la región oriental a oscuras, desde Las Tunas hasta Guantánamo.
Pero la realidad le dio una bofetada en el mismo día de su regreso. Carlos Rafael López Ibarra, un joven operador de turbina en la termoeléctrica Renté de Santiago de Cuba, falleció tras varios días de agonía. Sus quemaduras fueron producto de un accidente laboral, una muestra más del estado deplorable en que el régimen mantiene la infraestructura eléctrica. La muerte del muchacho, ocurrida justo cuando Díaz-Canel regresaba a posar frente a las cámaras, expone el costo humano de un sistema que colapsa mientras la cúpula se entretiene con viajes y desfiles.
Durante su recorrido por Vietnam, China y Laos, el mandatario de la “continuidad” repitió el mismo guion de siempre: abrazos, discursos y fotos junto a líderes de regímenes autoritarios. En Vietnam se llevó como trofeo un donativo simbólico de 15 millones de dólares que el Partido Comunista local reunió “en solidaridad”. En China, Díaz-Canel se sentó en primera fila en el desfile militar por el 80 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, compartiendo palco con Xi Jinping, Putin y Kim Jong Un, símbolos de un club de dictadores con el que la Habana insiste en alinearse. El periplo cerró en Laos, donde firmó acuerdos económicos que poco significan para un pueblo que sigue esperando pan y electricidad.
Mientras tanto, en Cuba, el Sistema Eléctrico Nacional se vino abajo otra vez, dejando sin luz a medio oriente del país. La reconexión total apenas se logró a la 1:25 de la madrugada del lunes, después de horas de apagón absoluto. Díaz-Canel, desde su habitual retórica hueca, agradeció el esfuerzo de los trabajadores de la UNE, cuando en realidad son ellos quienes arriesgan la vida en condiciones miserables para sostener un sistema que hace décadas no recibe inversiones reales.
La gira asiática, que costó miles de dólares al erario público en un momento en que el cubano de a pie no encuentra ni un blíster de paracetamol ni leche para sus hijos, fue vista por activistas y opositores como lo que realmente es: un escape del gobernante para no enfrentar el caos interno.
Cuba sigue sumida en apagones interminables, desabastecimiento de alimentos y medicinas, y una tensión social que crece con cada noche en penumbras. Mientras la gente hierve de calor en sus casas sin corriente, Díaz-Canel regresa de su “gira triunfal” con la misma receta gastada de promesas vacías y fotos con dictadores amigos.