El apagón que dejó a oscuras a gran parte del oriente cubano este domingo fue la chispa que encendió la rabia en Santiago de Cuba. Tras más de 24 horas sin electricidad, los vecinos no aguantaron más y salieron a las calles, haciendo sonar sus ollas y calderos como símbolo de protesta. El eco metálico de esas cacerolas se mezclaba con los gritos de “¡Queremos corriente!”, un reclamo directo al régimen incapaz de garantizar un servicio básico.
El periodista independiente Yosmany Mayeta Labrada compartió videos del momento en sus redes sociales, mostrando cómo el descontento popular tomó fuerza en medio de la oscuridad. La protesta fue espontánea, pero refleja un malestar que viene cocinándose hace tiempo en la isla, donde los apagones ya forman parte de la rutina diaria.
El corte eléctrico de la noche del 7 de septiembre no fue cosa menor. Una avería en la línea de 220 kV entre Nuevitas y Las Tunas dejó sin servicio a varias provincias orientales, desde Las Tunas hasta Guantánamo. En Santiago, la falta de electricidad se prolongó durante más de un día completo, arrastrando consigo la desesperación de una población cansada de vivir entre apagones y justificaciones vacías.
Mientras la Unión Eléctrica sacaba su habitual comunicado sobre supuestos “trabajos de recuperación”, la realidad era que en las casas santiagueras no había forma de conservar alimentos, bombear agua o sobrellevar el calor sofocante de septiembre. El apagón no solo fue un fallo técnico: fue un golpe más a la vida diaria del cubano común, que ya bastante carga con la escasez y la inflación.
Las protestas en Santiago no son un hecho aislado. En los últimos meses, distintas localidades del oriente han salido a las calles por la misma razón: la incapacidad del régimen para sostener un sistema eléctrico en ruinas, reflejo de una economía quebrada y de un gobierno que hace tiempo perdió la confianza de su pueblo.