Este domingo se confirmó que fue hallada sin vida bajo el puente de Bacuranao, tras varios días de incertidumbre y desvelo para su familia. La noticia la compartió en Facebook su nieta menor, Gaby Mena, quien había liderado la campaña de búsqueda difundiendo fotos y pidiendo ayuda en redes sociales.
Con un mensaje cargado de dolor, Gaby agradeció a quienes se unieron en la desesperada búsqueda: “Con profunda tristeza confirmamos que mi abuela Mery fue encontrada sin vida. Gracias a todos los que nos apoyaron y estuvieron ahí en estos días tan difíciles”, escribió en el grupo Alamar la zona.
El hallazgo se produjo el sábado, cuando vecinos de la zona encontraron el cuerpo e intentaron socorrerla, pero ya era demasiado tarde. “A los muchachos que la encontraron y trataron de ayudarla, mil gracias de parte de toda la familia”, agregó su nieta.
Aún no se han esclarecido las causas de la muerte, ni si se trató de un accidente, un desenlace natural o un hecho violento. Lo cierto es que la tragedia dejó un vacío enorme en sus seres queridos. Gaby despidió a su abuela con unas palabras que estremecieron a muchos: “Vuela alto, abuela. Ahora serás mi ángel y mi estrellita favorita”.
La desaparición de Mery se reportó el 4 de septiembre, cuando salió de su casa en Alamar y no regresó. Desde ese momento, la familia encendió las alarmas en redes sociales, recordando que la anciana dependía de medicamentos y sufría pérdida de memoria. La Policía fue avisada de inmediato, pero como suele ocurrir en Cuba, todo quedó en manos de los familiares y los vecinos, que se organizaron para difundir su imagen y pedir colaboración.
La sobrina de la víctima, Yadira Simpson, desde Hialeah, destacó en redes el esfuerzo de la hija de Mery: “Esa mujer estaba en las mejores manos, su hija hizo todo por cuidarla. Pero la enfermedad hace que se comporten como niños, que no miden el peligro”.
El caso de Mery vuelve a poner sobre la mesa la dura realidad: en Cuba no existen protocolos claros ni efectivos para la búsqueda de desaparecidos. Cuando se trata de personas vulnerables, como ancianos con demencia o enfermos crónicos, el Estado brilla por su ausencia y la respuesta institucional es lenta, improvisada y prácticamente inútil.
En la práctica, son las comunidades y las familias quienes se echan encima la responsabilidad de difundir alertas por WhatsApp y Facebook, intentando suplir el vacío que deja un gobierno incapaz de garantizar la seguridad más básica de sus ciudadanos.
