La madrugada del 11 de agosto en La Habana quedó marcada por un crimen brutal que sacudió al barrio de Lawton. Yosvani Hernández Meriño, conocido como El Moro o Pocholo, fue asesinado a cuchilladas dentro de su propia casa, en un hecho que desmonta las versiones iniciales y revela una historia aún más oscura.
Según contó un familiar cercano al periodista Wilfredo Cancio para Café Fuerte, no se trató de una riña por una fiesta ni de un arrebato repentino. Lo que hubo detrás fue un asesinato planificado, ejecutado con frialdad por dos jóvenes a los que Yosvani, con toda su bondad, había abierto las puertas de su hogar.
El drama comenzó cuando Yosvani conoció a Yurixandre Batista Batista, un muchacho de Holguín sin techo en La Habana. Movido por la solidaridad que lo caracterizaba, le ofreció alojamiento en su casa de Diez de Octubre. Poco después, Yurixandre pidió también incluir a un amigo de Granma, y Yosvani volvió a decir que sí, sin imaginar que esa generosidad se convertiría en el preludio de su desgracia.
El crimen se consumó durante un apagón, en medio de esa oscuridad que ya se ha vuelto parte de la vida cubana. Mientras Yosvani estaba en el baño, los asesinos escondieron cuchillos bajo un colchón que él solía poner en el patio para dormir en las noches sin corriente. Al salir, fue emboscado: uno lo sujetó del cuello y entre ambos lo apuñalaron una y otra vez, hasta dejarle entre diez y catorce heridas mortales, incluida una profunda en el cuello. Después, cubrieron su cuerpo con el colchón.
El móvil fue el robo. Los asesinos cargaron con lo que pudieron: televisores, ventiladores, un generador eléctrico, ropa. Llenaron maletas y salieron a buscar un taxi hacia La Habana Vieja. El chofer, sorprendido por tanto equipaje, aceptó llevarlos por 5 mil pesos. Como no tenían cómo pagar, le ofrecieron tres ventiladores a cambio, dejando claro que la violencia se mezclaba con el descaro.
La policía logró recuperar todos los bienes robados y arrestó a Yurixandre Batista, mientras que su cómplice de Granma sigue prófugo, aunque aseguran tenerlo ubicado. La investigación continúa, pero la herida que deja este crimen es imposible de cerrar.
“Yosvani era mi vida, es durísimo lo que pasó, aún más por la forma que lo mataron”, confesó un familiar al medio, con la voz quebrada por el dolor.
Este caso no solo muestra la crudeza del crimen en Cuba, sino también cómo la inseguridad se multiplica en un país donde los apagones y la crisis económica crean el escenario perfecto para la violencia. El régimen, mientras tanto, sigue mirando para otro lado, incapaz de garantizar siquiera la seguridad en las calles que tanto presume controlar.