En Cuba, pocas cosas desatan tanta polémica como la carne de res. Y es que no se trata solo de un alimento, sino de un verdadero símbolo de control, necesidad y hasta resistencia. La última noticia que ha explotado en redes es la de dos cubanos arrestados en Contramaestre, Santiago de Cuba, por trasladar nada menos que 700 libras de carne bovina. Sí, 700 libras escondidas en un camión, bajo un montón de viandas y hortalizas que intentaban camuflar la carga prohibida.
El operativo fue ejecutado por la Policía Nacional Revolucionaria en la zona de Guaninao. Según la versión oficialista publicada en Facebook por la página Héroes del Moncada, la carne iba destinada a la comercialización ilegal. Claro, en Cuba, el sacrificio y consumo privado de res está tipificado como un delito grave en el Código Penal, algo que puede costarte años de cárcel.
Pero lo más interesante no está en el decomiso en sí, sino en la tormenta de reacciones que provocó. Mientras las autoridades mostraban el caso como un triunfo contra la ilegalidad, en redes sociales se abrió un intenso debate que dejó al descubierto las fracturas de la sociedad cubana: la ley contra la necesidad, la moral contra el hambre.
Por un lado, hubo quienes apoyaron el arresto, sobre todo desde la perspectiva de los ganaderos que sufren robos constantemente:
“Eso no es justo, uno cría con esfuerzo y vienen otros y se lo llevan”, escribió un usuario. Otro comentó: “El robo nunca puede ser justificación, el que trabaja honradamente no lo ve como alternativa”.
Sin embargo, la otra mitad del pueblo opinó distinto. Muchos señalaron que estos actos no son más que una respuesta desesperada a la escasez crónica:
“Si legalizaran la carne como en cualquier país, no habría sacrificios ilegales”, decía un comentario que acumuló varios likes. Otro fue más directo: “El mayor ladrón está en palacio, paseando por el mundo mientras aquí los niños comen pellejo”.
Y es que la carne de res en Cuba se ha convertido en un tabú. Para algunos, representa delito; para otros, supervivencia. No es casual que un internauta resumiera la situación con crudeza:
“Vas a una prisión y preguntas por qué están presos, y el 99% te dice que por carne de res o caballo. Eso es hambre, no delincuencia”.
El caso de las 700 libras decomisadas es solo un capítulo más de un problema mucho más grande: un sistema que prohíbe lo que debería garantizar. Mientras el Estado se ufana en “combatir la ilegalidad”, la gente sigue lidiando con ollas vacías y niños sin leche.
En este dilema, la carne roja es mucho más que comida: es el espejo de un país donde lo legal y lo moral dejaron de coincidir hace rato. Y como bien dijo alguien en los comentarios:
“Cuando legalicen la carne, se acaba el mercado negro”.
