Desde hace décadas, el régimen cubano ha gestionado el sector energético con una mezcla de incompetencia, negligencia y una planificación que raya en lo delirante. Este miércoles, a las 9:14 de la mañana, el país entero fue sumido en la oscuridad tras el colapso total del Sistema Eléctrico Nacional (SEN). Este apagón generalizado no es un incidente aislado, sino la culminación lógica de una crisis previsible y anunciada.
Resulta grotesco que este evento catastrófico ocurra apenas unos días después de que el oriente de la isla sufriera otro apagón masivo. La entidad estatal, la Unión Eléctrica (UNE), se limita a emitir comunicados escuetos y vacíos, confirmando lo obvio y prometiendo investigaciones cuyos resultados, previsiblemente, nunca rendirán cuentas.
La justificación oficial es de una cinismo exasperante: alegan que las centrales térmicas superan los 40 años de servicio sin el mantenimiento capital requerido. El director general de la UNE, Alfredo López Valdés, lo presenta como una fatalidad inevitable, como si el envejecimiento de la infraestructura fuera un acto de Dios y no la consecuencia directa de décadas de desinversión, mala gestión y la absoluta incapacidad de un sistema que prioriza la propaganda sobre la planificación técnica.
Sus declaraciones son un monumento al fracaso: “Es muy difícil prever con exactitud el tiempo en que se va a reparar…” Esta admisión de impotencia técnica sería inadmisible en cualquier país serio. Peor aún es el reconocimiento de que componentes con certificaciones, fabricados recientemente (en 2019 y 2020), presentan “defectos ocultos”, lo que sugiere una cadena de adquisición y control de calidad corrupta o profundamente incompetente.
Mientras la población sufre los efectos de una infraestructura en ruinas, la jerarquía energética intenta desviar la atención con proyectos faraónicos y futuristas. Hablan de un “macroprograma de inversiones solares” con 51 parques fotovoltaicos y una inversión de mil millones de dólares en 2025. Este anuncio, en el contexto del colapso presente, no suena a planificación, sino a una maniobra de distracción. Es la clásica estrategia de prometer un futuro luminoso para ocultar las miserias del presente, una jugada política que prioriza la imagen sobre la solución de los problemas urgentes y básicos.