Los cubanos siguen pagando caro los apagones que el régimen vende como simples “incidencias técnicas”. Después del último colapso nacional del Sistema Eléctrico, que dejó al país entero sin corriente, empiezan a salir a la luz las historias de la gente de a pie: alimentos echados a perder, negocios arruinados y familias desesperadas.
El periodista independiente Yosmany Mayeta Labrada compartió en Facebook la denuncia de un trabajador por cuenta propia que perdió parte de su mercancía por no poder refrigerarla. En un mensaje angustiado, el emprendedor, cuyo nombre fue reservado para evitar represalias, confesó: “Se me están corrompiendo. He tenido muchas pérdidas”, acompañado de fotos de embutidos totalmente dañados.
Ese testimonio refleja lo que viven cientos de negocios particulares en la isla, que dependen de un frío estable para no tirar por la borda meses de esfuerzo. Pero claro, cuando ocurre un apagón de 30 horas, nadie en el gobierno se hace responsable. Todo queda en pérdidas que se suman a la larga lista de heridas económicas que sufre el cubano común.
Más allá de lo económico, el drama golpea también los hogares. Una madre contó que tiene que organizar su rutina diaria según “si habrá corriente o no”, porque de eso depende cuándo cocinar o refrigerar lo poco que consigue. Imagínese planificar la vida de sus hijos pequeños con la incertidumbre de si podrá o no conservar la comida del día.
Otro caso reciente estremeció las redes: una madre con su hija enferma pasó 30 horas sin electricidad, incapaz de guardar medicamentos ni alimentos básicos. Lo describió como una experiencia traumática, y no exagera: así se vive en un país donde el abandono estatal ya ni se disimula.
Este problema no es nuevo. En Santa Clara, hace tiempo, vecinos salieron a protestar cuando los apagones les echaron a perder lo que habían logrado reunir con tanto sacrificio. Los gritos de desesperación quedaron grabados en video, mostrando la indignación colectiva que, lejos de resolverse, hoy es aún más profunda.
Incluso en redes sociales, muchos resumen la tragedia en una frase que se ha vuelto viral: “En Cuba, tener comida en casa ya es un lujo”. Porque lo poco que se consigue, además de ser carísimo, se pudre en cuestión de horas gracias a la ineptitud del sistema eléctrico.
Cada testimonio, cada imagen de alimentos podridos, cada madre desesperada por cocinar a oscuras, desnuda la verdad: los apagones no son simples fallas técnicas, sino otra forma de castigo que impone un régimen incapaz de garantizar lo más básico para vivir con dignidad.