El apagón masivo que dejó a oscuras a Ciego de Ávila destapó una de esas escenas que retratan al régimen cubano en toda su miseria y descaro. Ante la imposibilidad de cocinar en casa, el Ministerio de Comercio Interior (Mincin) orientó a sus Unidades Empresariales de Base que salieran a vender comida “ya hecha” a la población.
Lo insólito llegó con la UEB La Roca, que apareció en pleno barrio de la ciudad cabecera en un carretón tirado por caballos. Allí ofrecían un triste plato de 150 gramos de arroz amarillo con subproducto por 50 pesos, y como guinda del pastel, botellas de ron a 600 CUP. Sí, en medio del hambre y el apagón, la salvación que propone el régimen es emborrachar a la gente.
Muchos cubanos no tardaron en reaccionar en redes sociales. “Venden bebida para que la gente ni piense”, soltó una mujer indignada, resumiendo lo que para muchos es otra táctica de anestesia social. Otros calificaron la jugada de “vergonzosa”, porque mientras el país se hunde en apagones interminables, la respuesta del gobierno es vender ron en lugar de soluciones. “Ya no somos bebés”, escribió un usuario, dejando claro que la gente está cansada de las trampas y distracciones.
La crisis energética sigue siendo el talón de Aquiles del castrismo. Tras el desplome de la Central Termoeléctrica Antonio Guiteras, que prácticamente tumbó al sistema completo, el oficialismo ha prometido una y otra vez una “recuperación paulatina”. La realidad es otra: apagones diarios, comida echándose a perder y familias sobreviviendo como en la Edad de Piedra.
En algunos barrios, los CDR han orientado a los vecinos a hacer caldosas con leña. La receta del desastre es simple: cada quien aporta lo que tenga a mano —unas viandas, un pedacito de carne a punto de pudrirse, un poco de especias— y a cambio recibe un plato de caldo aguado. Es la versión tropical del “sálvese quien pueda”, disfrazada de solidaridad revolucionaria.
El pueblo, una vez más, tiene que resistir a la espera de que regrese la corriente, como si la sobrevivencia diaria fuera un acto de patriotismo. Mientras tanto, los de arriba siguen cómodos, anunciando planes y promesas que nunca se cumplen. Y todo esto en una temporada ciclónica tranquila, porque si llegara un huracán de verdad, ya nadie quiere imaginar el desastre que vendría.