Un nuevo derrumbe parcial estremeció Centro Habana la noche de este miércoles, cuando un edificio en ruinas de la calle San Lázaro, entre Oquendo y Márquez González, volvió a recordarle a los vecinos que en La Habana vivir bajo techo puede ser casi tan peligroso como dormir a la intemperie. Según la Asamblea Municipal del Poder Popular, 14 personas resultaron afectadas, aunque, de milagro, no hubo víctimas mortales.
El desplome ocurrió en un pasillo del primer piso, ese que servía de conexión entre varias habitaciones. No es sorpresa para nadie: el inmueble ya estaba declarado como “inhabitable e irreparable” por las propias autoridades, que ahora corren a sacar notas en Facebook como si eso resolviera algo.
Al sitio llegaron bomberos, policías, rescatistas y hasta el intendente municipal, todos con cara de circunstancia, como si no supieran que los edificios en Centro Habana se están cayendo uno tras otro mientras el régimen mira para otro lado.
Las familias damnificadas fueron reubicadas “en lugares seguros”, según la versión oficial. Pero ya se sabe cómo funciona esa historia: albergues improvisados, promesas incumplidas y años de espera en la cola eterna de la vivienda, mientras los jerarcas de la dictadura siguen viviendo cómodos en mansiones restauradas.
Este derrumbe ocurrió además en medio de un apagón general que dejó a media isla en tinieblas. La Unión Eléctrica anunció con bombos y platillos que la termoeléctrica Máximo Gómez volvió a sincronizar, y que Nuevitas y Energás Varadero se iban sumando poco a poco. Pero la realidad es que Cuba ya carga con cinco colapsos eléctricos nacionales en menos de un año, resultado de un sistema energético en ruinas, tan decadente como los edificios que se desploman en La Habana.
No es la primera vez que Centro Habana enfrenta este drama. Hace poco, en Belascoaín #105, otro edificio se vino abajo pese a las advertencias de los vecinos. Y en la esquina de Belascoaín y San Miguel, otro inmueble lleva años a punto de desplomarse, rodeado de basura y sin que nadie meta mano.
La verdad es dura: La Habana se cae a pedazos. Miles de familias viven con el corazón en la boca, escuchando cada grieta en las paredes como si fuera una cuenta regresiva. Mientras tanto, el régimen sigue vendiendo humo y responsabilizando a cualquiera menos a ellos mismos por un desastre que es consecuencia directa de décadas de abandono, corrupción y falta de inversión.