En pleno apagón nacional, con Cuba entera a oscuras y la gente buscando cómo sobrevivir a la noche sin luz ni nevera, el Gobierno en Santiago de Cuba salió con su “gran solución”: repartir sirope, mermelada y unas cuantas galleticas para los niños pequeños. La medida, que fue presentada por la prensa oficial como un gesto de apoyo en medio de la crisis, terminó generando indignación y carcajadas en la población, porque más que ayuda, parece burla.
La funcionaria provincial Edelva Marín Medina le dijo al periódico Sierra Maestra que aún se está despachando arroz pendiente de meses anteriores y que las bodegas funcionan “mientras la claridad del día lo permita”. En otras palabras, la vida en Santiago ha retrocedido a un punto en que la gente depende del sol para poder organizarse, como si estuviéramos en tiempos de vela y carbón.
Por su parte, el director de la Empresa Alimentaria, Jorge Luis Arce Ferrer, presumió que hay 86 grupos electrógenos y 114 hornos de leña para garantizar el pan de la canasta básica. El detalle es que hablar de hornos de leña en 2025 no es un avance, es un retroceso brutal, una muestra más del deterioro del sistema que el régimen no quiere reconocer.
Mientras tanto, el Ministerio de Comercio abre puntos de venta de comida “según el nivel adquisitivo de las personas”, frase que confirma lo que todos saben: en Cuba quien tiene dólares come, y quien no, que aguante hambre. Como si fuera poco, la propia empresa Aguas Santiago admitió que el suministro de agua también está en veremos por la inestabilidad del sistema.
La reacción en redes sociales fue demoledora. Un internauta soltó: “No, ustedes tienen que estar enfermos, no puede ser que glorifiquen esta porquería”. Una universitaria remató con ironía: “Perfecto, con dos libras de arroz, mermelada y sirope, seguro resistimos lo que venga”. Y otra joven comentó con sarcasmo: “Claro, sirope y mermelada es justo lo que necesitan los niños bajo peso”.
En vez de soluciones reales, el régimen sigue sacando curitas para tapar una herida profunda. El pueblo sigue sin luz, sin comida y sin agua, mientras el gobierno intenta disfrazar la miseria con sirope. Una escena que retrata, sin maquillaje, la decadencia de un sistema incapaz de darle respuestas dignas a su gente.