Mientras millones de cubanos seguían a oscuras este miércoles tras el colapso del Sistema Eléctrico Nacional (SEN), el Ministerio de Turismo decidió enviar un mensaje no al pueblo que sufre, sino a los visitantes extranjeros. En un comunicado publicado en Facebook, la entidad intentó vender “confianza y seguridad”, asegurando que los hoteles cuentan con generadores eléctricos y recursos suficientes para funcionar con normalidad, aunque el resto del país esté sumido en el apagón.
El contraste no pudo ser más descarado. Mientras las familias cubanas lidiaban con la pérdida de alimentos, la falta de agua y el sofocante calor sin electricidad, el régimen blindaba sus hoteles para que el turismo no perdiera brillo. Una vez más, quedaba al descubierto la verdadera prioridad del gobierno: cuidar la fachada hacia el exterior y relegar a la miseria al pueblo.
La ironía es que el propio sector turístico atraviesa una crisis profunda, con la caída del flujo de visitantes rusos y canadienses, ocupación hotelera en mínimos históricos y pérdidas millonarias. Aun así, el régimen continúa destinando recursos a sostener una industria que ni siquiera logra salvar la economía.
No es la primera vez que las autoridades lo dicen sin pudor. En junio, el ministro de Turismo, Juan Carlos García Granda, declaró a El País que los apagones no afectan a los hoteles porque disponen de sus propios generadores, resultado de una fuerte inversión estatal. Dicho en otras palabras: la luz en Cuba no es para el pueblo, es para los turistas.
Mientras tanto, tras la caída de la termoeléctrica Antonio Guiteras en Matanzas, que provocó el apagón nacional, el Ministerio de Energía y Minas habló de crear “microsistemas” para priorizar determinados objetivos. Y el primer ministro, Manuel Marrero Cruz, salió en redes sociales a presumir que el gobierno tenía “una estrategia bien definida” para enfrentar la crisis. Lo curioso es que esa “estrategia” nunca sirvió para evitar el desplome total del sistema eléctrico, pero sí alcanza para proteger hoteles y polos turísticos.
La realidad es evidente: el régimen ha convertido al cubano de a pie en un ciudadano de segunda dentro de su propio país, condenado a vivir entre apagones, pérdidas y angustia, mientras se encienden todas las luces para el visitante extranjero. Un modelo de “hospitalidad” que no se construye sobre la riqueza, sino sobre el sacrificio y la oscuridad de todo un pueblo.
