La Central Termoeléctrica Antonio Guiteras, la más grande y estratégica de Cuba, se prepara para entrar en un mantenimiento capital de seis meses a finales de este año. El plan, según las autoridades, pretende “mejorar la estabilidad y eficiencia” de una planta que ha estado más tiempo rota que funcionando en los últimos tiempos.
El propio director de la Unión Eléctrica, Alfredo López Valdés, adelantó que los trabajos abarcan desde la caldera hasta la turbina y otros sistemas de apoyo. Habrá sustitución de tuberías, quemadores, bombas, válvulas y hasta piezas de los sistemas de enfriamiento con agua de mar. También se realizarán lavados químicos y revisiones completas de los equipos, en un intento desesperado por devolverle algo de vida a la instalación.
En buen cubano: van a meterle mano a casi todo, porque el deterioro es tan profundo que ya no hay parche que aguante. El detalle es que, aunque el gobierno lo venda como una reparación “integral”, no se trata de una caldera nueva ni de una modernización de fondo, sino de un remiendo más para estirar la agonía de la planta.
La Guiteras, bautizada como la “piedra angular” del sistema eléctrico nacional, ha sido también el símbolo del fracaso de la política energética del régimen. Cada apagón masivo en la Isla suele llevar su nombre, y cada intento de sincronización termina en otro desplome del sistema. Ahora prometen que este plan devolverá la estabilidad al Sistema Eléctrico Nacional, pero la experiencia de los cubanos invita más al escepticismo que a la esperanza.
Mientras la dictadura anuncia con bombos y platillos este “gran mantenimiento”, la realidad es que el pueblo sigue padeciendo apagones interminables, alimentos echados a perder y noches sofocantes sin ventiladores. Y todo porque el castrismo nunca invirtió en tiempo en energías limpias ni en una infraestructura sostenible, prefiriendo administrar la crisis con discursos vacíos y soluciones improvisadas.